Se llamaba José Alberto Ramos, era ingeniero y desde hace dos décadas trabajaba en el departamento de Informática en el (CECUT), una institución que es responsabilidad de la cuya titular, Alejandra Frausto, no ha emitido a la fecha ninguna condolencia pública por la muerte del ingeniero Ramos ocurrida el 25 de julio en las instalaciones del mayor centro cultural de la frontera norte. Además de no ser amable o “empática”, como dice hoy la gente pía, el silencio de Frausto evita manifestar públicamente su obligación de investigar administrativamente si hubo negligencia contra ese trabajador de la cultura que falleció en un horrible y evitable accidente al caer desde un tercer piso porque se subió a una escalera para habilitar la señal de internet necesaria para la Trienal Tijuana que iba a inaugurarse en vísperas.

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Aunque era joven, el ingeniero Ramos tenía una discapacidad, usaba un bastón y tenía que hacer esa clase de maniobras porque en ese centro cultural dirigido por Vianka Robles, ha habido recortes de personal que dejaron áreas sin empleados suficientes. ¿Les suena familiar…? Por eso, nos cuentan personas cercanas al CECUT, el ingeniero Ramos, aunque era gerente, tenía que hacer talacha que no le correspondía, y se precipitó al vacío. Murió al instante, tendido sobre la Galería Internacional El Cubo, que está en el primer piso del recinto federal. Quizá si el accidente hubiera ocurrido en una instalación chilanga, el hecho hubiera sido un escándalo instantáneo, pero ocurrió en la lejana Tijuana, un lugar al que los burócratas federales llaman con retórica insuflada “la tierra en donde empieza México”; pues ojalá por ahí empiece también la justicia para un empleado de la cultura con discapacidad que, al parecer, tuvo que trepar a una escalera por falta de personal y quizá sin el equipo adecuado. En Tijuana, nos cuentan, la comunidad cultural aún comenta dolida lo que le ocurrió al ingeniero, mientras que la Fiscalía local investiga el hecho como homicidio culposo.

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La dirección del CECUT tardó un día en comentar en una esquela el hecho; lamentó “con profunda pena” el fallecimiento de Alberto, y añadió: “sabemos que se unen a este sentimiento todos sus compañeros de trabajo, la comunidad artística y el público a quien atendió y sirvió en forma anónima pero eficaz y constante”. Pero la que no se unió a ese sentimiento fue la flamante embajadora de Tlaxcala, Alejandra Frausto, jefa de todos los trabajadores culturales federales y quien, por cierto, el 28 de julio sí despidió e hizo un reconocimiento en redes sociales a la difunta directora jurídica del INAH. Por lo visto, para la anticlasista secretaria de Cultura a final de cuentas hay de muertos a muertos: los importantes y los del montón… Es verdad que difuntos anónimos debe haber en todas las secretarías todos los días y por diversas causas, pero una pérdida en esas terribles circunstancias dentro de unas instalaciones no la recordamos en ninguna área de la Secretaría de Cultura federal como para que pase inadvertida por la titular de la dependencia. Sin embargo en estos casos puede ser que las palabras sobren (y más si provienen de la menguante Frausto), pero los hechos sí obligan a las acciones: ¿se están investigando las responsabilidades en la muerte del ingeniero Alberto Ramos? Seguiremos informando...

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