Por Mariana Betzabeth Pelayo Pérez
Se han preguntado si es suficiente la práctica ambiental ante la urgencia climática o si el check list de hábitos ecológicos y el enverdecimiento de nuestras vidas nos puede salvar de la emergencia climática. Todo alrededor nos dice que promovemos un sistema de doble moral con la práctica de un consumo desmedido, por un lado, pero que se tranquiliza con el uso de cepillos de bambú, alimentos orgánicos y popotes ecológicos, por el otro.
Se aprecian las buenas intenciones. No digo que no. Sin embargo, habitar el planeta requiere de esfuerzos mayores. Construir una ciudadanía sostenible quiere decir transitar de una ecología ambiental a una ecología social y, muy importante, mental para profundizar en pilares socioculturales que trasciendan en la preservación de los sistemas de vida.
En este sentido, la ecosofía se compone del oikos “casa” o “hábitat” y sophia, la sabiduría y a su vez la ciencia. Se trata de una corriente de pensamiento que promueve la búsqueda de una sabiduría para habitar el planeta —y que nos puede dar algunas lecciones de los cambios de valores en tres planos: el ambiental, el mental y el social para ofrecernos una versión integral de la práctica socio ambiental— pero, sobre todo, mostrarnos transiciones de raíz que superen a las aspiraciones ideológicas, agendas de gobiernos progresistas y políticas ambientales de oropel.
La ecosofía busca pactar un compromiso ético político con las otras formas vivientes. Por ello, promueve el despliegue de la ecología mental para reinventar la relación del sujeto con el cuerpo; el despliegue de formas sensibles, cognitivas y afectivas de habitar el planeta; así como, la búsqueda de antídotos a la estandarización de nuestras formas de vida, consumos y deseos promovidos por los medios de comunicación que nos transforman en seres poco selectivos, críticos y responsables de los costos ambientales y sociales que implica vestir, comer, trasladarnos, festejar… vivir.
¿Por qué en la práctica ambiental es importante ese campo donde surgen las voluntades, los deseos y la afectividad por la vida? Parafraseo a Guattari: Sin transformación de las mentalidades y de los hábitos colectivos, sólo habrá medidas de “reajuste” concernientes al entorno material. Es decir, un ambientalismo superficial de estética, una ecología acrítica y, sin duda, un prometedor crecimiento del mercado verde para aliviar nuestras conciencias.
Ahora bien, la ecología social se orienta en la reinvención de formas de existir en grupo… pero interespecie. Esto es, el reconocimiento de que nos relacionamos con formas de vida no humanas (animales no humanos, plantas, hongos, bacterias, el mundo molecular y un vasto complejo de otredades) que hacen posible el curso de la vida y de la muerte. Lo que significa que tenemos la capacidad de afectar y la posibilidad de ser afectados como sucedió mundialmente por la dispersión un virus que logró cambiar nuestras vidas, hábitos, ritmos, tiempos y mostró como pocas cosas nuestra vulnerabilidad ante los fenómenos naturales.
La verdadera respuesta a la crisis ecológica requiere de una auténtica y reparadora revolución política, social y cultural. Es necesario reorientar los objetivos de la producción de bienes materiales e inmateriales y repensar nuestro rol como habitantes de este planeta. Eso involucra no solo a las relaciones de fuerzas visibles a gran escala sino también a los campos de sensibilidad, inteligencia y deseo: la escala personal y emocional.
Se trata, como han dicho algunos ecósofos, de configurar y crear mundos y armonizar la acción, el pensamiento y el cuidado para construir un planeta habitable, generativo y sostenible y no un infierno ambiental, esquilmado e inhóspito.
El pensamiento es nuestra palanca de cambio.
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