Estamos viviendo un momento crítico en la historia de la civilización. La crisis climática y los impactos del Antropoceno son el origen de una serie de consecuencias a las que irremediablemente tendremos que encarar ya sea mitigándolas o adaptándonos a ellas.

Por OMAR VALENCIA MÉNDEZ

México tiene una población de 126.7 millones de habitantes y cerca de 30 millones cursan la educación básica y media superior. Pero un gran número de alumnos no están aprendiendo lo suficiente para preparase para los retos de una sociedad a la que le urgen soluciones. Un asunto complejo que tiene muchas y muy diversas aristas por las que cruza, sin duda, el acceso universal al conocimiento.

Quiero referirme en concreto a lo que ha estado sucediendo en la institución responsable de la generación y promoción del conocimiento científico en nuestro país: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, el cuál ha establecido una nueva visión más humanista.

Dentro de las acciones plausibles del CONACYT cabe destacar en primer lugar los esfuerzos por impulsar el acceso universal al conocimiento como un derecho humano. Esto es, poner a disposición del público los resultados de las investigaciones actuales y establecer espacios que fomenten el reconocimiento de la diversidad de saberes que dan sustento y forma a la riqueza biocultural de México.

Se entiende que en esta propuesta el flujo de saberes científicos y locales deben de fusionarse o, por lo menos, encontrar un cauce común para que sirvan como herramientas para hacerle frente a los muchos retos que tenemos encima: el calentamiento global, la desigualdad, la pobreza o la pérdida de biodiversidad, entre otros.

Sin duda, la propuesta es que se debe de trabajar en una horizontalidad sociedad-científicos y no continuar con los modelos verticales en donde el científico es poseedor de la verdad absoluta.

Lo anterior puede resultar sencillo y coherente para algunos, pero no ha sido muy bien aceptado por todos. Pero no olvidemos que la historia nos ha mostrado el poder del conocimiento que los mayas poseían del cosmos, de las matemáticas y de la astronomía, antes de la existencia de un método científico. Por lo que resulta coherente pensar que algunas soluciones a los múltiples problemas ambientales, podrían encontrarse en la sociedad no científica.

En México, quienes marcábamos la pauta de la investigación científica éramos los investigadores que pertenecemos al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), un sistema que nació hace 40 años como resultado de la crisis de la depauperización salarial académica y para contener la fuga de cerebros del país.

Cuatro décadas después se propuso y aprobó la refundación del Sistema Nacional de Investigadores (SIN), en el que se incluyen adiciones para bien y otras que son debatibles y dudosas, como las comisiones evaluadoras y dictaminadoras. Pero enfoquémonos en las acciones en donde el CONACYT vincula el acceso universal al conocimiento hacia todos los sectores de la población para poner la ciencia al alcance de todos.

Antes de la refundación mencionada arriba, divulgar ciencia o los resultados de las investigaciones de los científicos para un público no especializado parecía ser un camino tortuoso, poco redituable y hasta irrisorio. Pero en la nueva visión, difundir el conocimiento es considerado un parámetro medular para formar parte de este organismo, por lo que sus 41,367 integrantes que lo componemos, tenemos el deber de divulgar para la sociedad la investigación que se realiza en México en sus 9 áreas del conocimiento. De hecho, la Iniciativa de Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (HCTI) catapulta el acceso universal al conocimiento y esto debe ser considerado como una excelente noticia.

Además, de acuerdo con datos del gobierno de México, el 70% de los territorios indígenas coinciden en zonas importantes para la conservación, que son áreas geográficas que proveen de servicios ecosistémicos de alto valor, pero la información científica y tecnológica hacia estos grupos subrepresentados, histórica, geográfica y educativamente marginados, fluye a cuentagotas.

Es allí donde se deben articular los objetivos que persigue el acceso universal al conocimiento, no solo como un activo presente en libros y conferencias sino como un instrumento que promueva las estrategias necesarias para que la población se empodere con ese conocimiento y, sobre todo, pueda llevarlo a la práctica local y regionalmente.

Sabemos que no queda mucho tiempo para detener el termómetro antes de llegar al umbral de los 1.5 grados centígrados en la temperatura global que se han establecido como límite para evitar consecuencias devastadoras e incalculables. Está claro que como sociedad todos debemos de contribuir para alcanzar los objetivos del “Pacto Climático de Glasgow (COP26)”.

Nos toca a los científicos salir de las aulas y los laboratorios para entregar el conocimiento a la gente y también conciliar con los saberes tradicionales e incorporarlos como parte de una cultura de resistencia y adaptación que nos urge comenzar a consolidar.

M iembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Comunidad 1.5 grados para salvar al planeta. Oaxaqueño, de origen Zapoteca.

Google News

TEMAS RELACIONADOS