Por Octavio Aburto
Hace un siglo, el naturalista William Beebe se convirtió en pionero de la exploración submarina gracias a la batisfera, una innovadora invención del ingeniero americano Otis Barton. Desde entonces, se ha desatado una carrera por desentrañar los misterios que se ocultan más allá de la superficie de nuestros mares. En los últimos años, la tecnología ha experimentado una revolución. Hoy, disponemos de sumergibles capaces de explorar lugares antes inaccesibles e, incluso, de trajes de buceo que nos permiten descender hasta mil metros de profundidad.
A pesar de estos avances, el fondo marino sigue siendo un misterio. Paradójicamente, parece que sabemos más de la Luna o del espacio que de nuestro propio planeta. Sin embargo, debemos considerar que allí, en las profundidades oceánicas, podrían hallarse las respuestas a grandes preguntas, como la manera en que evolucionó la vida o soluciones a problemas urgentes, como encontrar bacterias capaces de sintetizar eficientemente el CO2.
Es indudable que existen desafíos inmensos. La trágica historia del sumergible Titán nos recuerda que la exploración, la conservación y la ciencia siempre enfrentarán obstáculos.
Tuve la suerte de abordar un sumergible y descender 600 metros de profundidad. Resulta difícil describir en palabras la experiencia de atravesar la zona afótica, es decir sin luz, que comienza a desvanecerse alrededor de los 100 metros. En ese instante, empiezas a perder contacto con el mundo exterior. A partir de los 200 metros, te encuentras en un mundo totalmente oscuro.
En esa noche oceánica, cada criatura que encuentras, ya sea un pez, cangrejo o pulpo, ofrece una fascinante visión de la biodiversidad adaptada a vivir en condiciones extremas. La abundancia de criaturas transparentes o rojas se debe a que el rojo es el color cuya onda de luz se pierde más rápidamente en las profundidades. Los animales han desarrollado diversas adaptaciones para sobrevivir en estas condiciones de escasez de alimento, como enormes mandíbulas y formas de vida especialmente resistentes.
Conforme desciendes, la presión aumenta; cada 10 metros que se desciende se añade el peso de lo que equivale al peso de la atmósfera. Por ende, los cuerpos de estos animales son muy blandos. Han evolucionado para no tener estructuras duras, y sus cuerpos se han adaptado y aplanado de ciertas formas para soportar mejor la presión.
Además de la presión, la temperatura también juega un papel crucial. Alcanzadas ciertas profundidades, el mar mantiene una temperatura constante de unos cuatro grados Celsius. Esta baja temperatura hace que los animales crezcan muy lentamente, lo que hace que su explotación sea insostenible. Algunas especies pueden vivir más de 100 años, incluso existen pequeños peces que pueden vivir hasta 300 años, y el tiburón de Groenlandia puede vivir hasta 400 años, convirtiéndose en el vertebrado más longevo del planeta.
Todo este conocimiento nos recuerda la importancia de continuar explorando y entendiendo este enigmático mundo. Sin lugar a dudas, las profundidades del océano seguirán cautivando nuestra imaginación, impulsándonos a seguir descubriendo y evolucionando con la tecnología para desarrollar equipos más resistentes y capaces de llegar a estas profundidades. Solo así podremos ampliar nuestras posibilidades de descubrir todo lo que esconde el mundo submarino y protegerlo, antes que destruirlo por nuestra ignorancia.
Profesor e investigador del Instituto de Oceanografía Scripps y panelista del programa 1.5 grados para salvar al planeta.
