Por Octavio Aburto
En 2016, formé parte de una expedición científica encabezada por Pristine Seas de National Geographic y Mares mexicanos, cuyo objetivo era recolectar datos sobre el archipiélago de Revillagigedo, ubicado a 386 kilómetros al suroeste de Cabo San Lucas, en Baja California Sur. Utilizando tecnología de vanguardia, como cámaras sumergibles hasta 3000 metros, un submarino para explorar hasta 500 metros y el marcado satelital de especies migratorias, pudimos demostrar la importancia de proteger esta zona compuesta por cuatro islas volcánicas.
Con esta información en nuestras manos, el 24 de noviembre de 2017, el gobierno federal creó el Parque Nacional Revillagigedo, un área de 147 mil kilómetros donde se prohibió la pesca, convirtiéndose en la reserva marina más grande de América del Norte.
Este logro se debió no solo a la evidencia científica, sino también al trabajo y convencimiento de diversos sectores de la sociedad, especialmente de la flota pesquera industrial que solía extraer toneladas de pescado alrededor de las islas. Ellos argumentaban que la protección oceánica representaría una reducción de la pesca de al menos un 20%, lo cual supondría una amenaza para la seguridad alimentaria.
Casi siete años después de la creación de la reserva, nos propusimos analizar los patrones de pesca en alta mar de alrededor de dos mil embarcaciones utilizando datos de GPS, información de capturas reportadas por la Comisión Nacional de Pesca y Acuacultura de México (CONAPESCA) y herramientas de inteligencia artificial desarrolladas por la plataforma Skylight del Allen Institute for AI. El objetivo era determinar si la reserva marina había logrado reducir las actividades de pesca dentro de sus límites y si había algún impacto en las capturas de la flota pesquera.
Entre los hallazgos publicados esta semana en la revista Science Advances, se destaca que la reserva de Revillagigedo no ha llevado a las embarcaciones a buscar peces en otras áreas, lo que indica que el parque no ha incrementado el área utilizada por la flota pesquera. Pero lo más relevante y que resulta en una verdadera buena noticia para todos es que la prohibición de actividades extractivas no ha tenido un impacto negativo en las capturas de la pesca industrial ni en la seguridad alimentaria.
Por el contrario, esta protección convierte el área en un refugio y guardería para las pesquerías comerciales que migran hacia allí y serán capturadas por los barcos pesqueros. Es importante destacar que, como ha ocurrido en otros ejemplos de reservas marinas de esta magnitud, los límites de la reserva son áreas "altamente productivas", donde la flota pesquera industrial encuentra más capturas en comparación con otras áreas más alejadas de la reserva. Es decir, el verdadero desafío para la pesca no es la protección de la biodiversidad marina, sino la sobreexplotación y la gestión deficiente que a menudo la acompaña.
De la mano de esta afirmación respaldada por evidencia científica, debemos celebrar que este espacio protege a poblaciones únicas de tiburones y mantas gigantes, y preserva especies de un valor sin igual en el mundo. Además, se convierte en un laboratorio vivo que nos permite comprender el complejo funcionamiento de los ecosistemas marinos cuando se liberan de la explotación humana. Este conocimiento será cada vez más valioso para alcanzar el objetivo de proteger y conservar al menos el 30% de los océanos para 2030, establecido en la Conferencia Global de Biodiversidad de la ONU (COP15).
No olvidemos que en la actualidad menos del 8% de los océanos del mundo cuenta con alguna forma de protección, y solo un insuficiente 3% está completamente protegido de la sobreexplotación y otras actividades perjudiciales. Esta investigación demuestra que podemos y debemos crear reservas marinas más extensas en beneficio de todos, incluida la industria pesquera.
Profesor e investigador del Instituto Scripps de Oceanografía y panelista del programa 1.5 grados para salvar al planeta.