Por: Iván Carrillo*
*Periodista de ciencia y conductor de Celsius Talks
¿Es posible reconciliarnos con el planeta que habitamos? En la COP16, el lema “Paz con la naturaleza” plantea la necesidad de cambiar radicalmente nuestra relación con el medio ambiente. Pero esta “guerra” no es contra el mundo natural, sino contra nuestra propia ignorancia y el modo en que consumimos nuestro entorno.
La guerra, en su esencia, es el conflicto y la ruptura de la paz entre dos o más potencias. En la COP16 sobre biodiversidad, celebrada recientemente en Colombia, el lema fue “Paz con la naturaleza”. Esta frase resuena, pero también desconcierta: ¿acaso hemos llegado al punto en que la humanidad está en guerra con el mundo natural? Aunque el llamado a una tregua sea loable, evoca una perspectiva profundamente inquietante. Parece basarse en la idea de que la naturaleza es un “otro”, una entidad externa al ser humano, un rival con quien ahora necesitamos reconciliarnos para detener una especie de hostilidad.
¿No resulta extraña esta concepción del mundo que habitamos? ¿No es paradójico que debamos “humanizar” la naturaleza para alcanzar a comprender el daño que le hemos causado? Al verla como un enemigo, corremos el riesgo de distanciarnos aún más de la realidad de que somos una parte integral de ese sistema natural, no su contraparte.
¿Por qué sentimos la necesidad de “firmar la paz” con nuestro propio planeta? ¿Es que solo al dotarlo de una dimensión humana podemos ver la magnitud de las consecuencias de nuestra inacción y de la crisis ecológica que hemos creado? Con cada inundación, cada sequía y cada incendio forestal, no estamos viendo el contraataque de una naturaleza hostil; estamos presenciando el resultado acumulado de decisiones humanas insostenibles y de nuestra falta de voluntad para abordar los problemas que nosotros mismos generamos. Como bien expresó António Guterres, Secretario General de la ONU, durante la COP16, el mayor desafío del siglo XXI es, sin duda, reconciliarnos con la naturaleza. Pero esta reconciliación no puede limitarse a una tregua simbólica; debe ser un cambio de rumbo radical.
Las recientes inundaciones en Valencia son solo uno de los efectos de ese “conflicto” mal entendido. No estamos frente a una “estrategia bélica” de la naturaleza. El calentamiento global, propiciado por nuestras propias acciones, calienta las aguas oceánicas y aumenta la evaporación, lo que lleva a intensas transferencias de calor a la atmósfera, y de ahí a fenómenos extremos como lluvias torrenciales, inundaciones y sequías. La vegetación seca se convierte en combustible de incendios forestales, mientras los ciclones, impulsados por el aire caliente, se tornan cada vez más feroces y destructivos.
Si firmar la paz con la naturaleza es una metáfora que puede ayudarnos a tomar consciencia, bienvenida sea. Pero la realidad es mucho más cruda: la verdadera guerra que enfrentamos
es una guerra contra nuestra propia ignorancia, contra nuestra insistencia en vernos separados del mundo natural. Este es, en última instancia, un conflicto interno, uno en el que, como señaló Hobbes, “el hombre es el lobo del hombre”, un depredador que consume su propio entorno y, al hacerlo, compromete su futuro.
La Coalición Paz con la Naturaleza, presentada en la COP16, representa un esfuerzo por unir a gobiernos, organizaciones y ciudadanos en torno a la protección de la biodiversidad, en un intento por frenar la triple crisis del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. Esta coalición es, sin duda, un avance valioso, pero también es un recordatorio de que la paz que buscamos es con nosotros mismos, con nuestro propio sentido de responsabilidad y con la capacidad de habitar este planeta de una manera que permita la vida y la convivencia. La paz anhelada es, en última instancia, es con la humanidad misma.