Por Octavio Aburto-Oropeza
Hace 30 años, La Paz, el puerto de ilusión de Baja California Sur, me adoptó mientras estudiaba biología marina. Es una ciudad donde el desierto se encuentra con el mar y pequeños bosques de manglar adornan las caletas costeras. Aquí experimenté mi primer huracán, una noche entera bajo el azote del viento y la lluvia interminable. Cuando pasó el fenómeno meteorológico, la ciudad poco a poco volvió a su rutina, con cuadrillas de gente que limpiaban las calles y desazolvaban los arroyos y las playas.
Aunque ya no vivo allí, mis lazos emocionales y profesionales me llevan una y otra vez a esa ciudad. Esa es la razón por la que monitoreé a través de internet la evolución del huracán Norma del 21 de octubre de 2023. El fenómeno alcanzó categoría 4 y tocó tierra como ciclón de categoría 1, cerca de Todos Santos. Norma trajo consigo vientos de hasta 110 km/h y una precipitación pluvial que, según el Centro Meteorológico Nacional, superó en 200 por ciento los registros históricos y transformó los arroyos de La Paz en torrentes desbordantes.
Con todo y las mejoras en la infraestructura que se han realizado en los últimos 50 años, la fuerza con la que el meteoro impactó es una muestra de que la ciudad no está adaptada para enfrentar la intensificación de estos fenómenos naturales. La pérdida de servicios y daños a la propiedad ascendieron a millones, una suma que no solo refleja el costo directo, sino también el precio de no prevenir adecuadamente.
Esto me lleva a pensar que la visión a largo plazo que una vez prevaleció en La Paz parece difuminarse. Antaño se respetaba la naturaleza como escudo protector; se evitaba construir cerca de los arroyos, se mantenían los manglares y se preparaba la ciudad para enfrentar estos fenómenos. Después de Norma se ha optado por pavimentar arroyos, una decisión que tiene muchas implicaciones negativas.
Ahora que vivo en California me percató que los gobernantes no han tenido visión de largo plazo para la adaptación al cambio climático. Los esfuerzos por pavimentar los arroyos de La Paz la ponen en una trayectoria similar a la de Los Ángeles, donde el pavimento ha traído más problemas de los que resuelve.
Un estudio de la Universidad de California sugiere que la impermeabilización de los suelos ribereños contribuye significativamente a la disminución de la recarga de acuíferos y a la calidad del agua. Además de que transforma los arroyos en conductos de escorrentía rápida que llevan contaminantes a las masas de agua y aceleran la erosión, exacerbando el problema de los sedimentos en las bahías y ensenadas, afectando a ecosistemas como los marismas y pastos marinos.
Al dar la espalda a las estrategias de bioingeniería que la naturaleza nos ofrece sin costo alguno, como los manglares que atenúan el impacto de las inundaciones y los acuíferos que proveen de agua dulce, La Paz se adentra en un futuro precario, donde la escasez hídrica y las catástrofes consecuencia de inundaciones y otras consecuencias pueden convertirse en algo habitual.
La pavimentación excesiva impide la infiltración de agua, esencial para recargar los acuíferos, llevando a una dependencia crítica de fuentes de agua externas, más onerosas y menos sostenibles. Así, nos enfrentamos a un doble filo: una ciudad y un ecosistema ya frágiles se ven amenazados por inundaciones más severas, un costo insostenible para su población.
Este patrón de ignorar las soluciones naturales en favor de la construcción rápida no solo es erróneo sino también peligrosamente miope. Pero con todo, hay camino para la esperanza.
Las soluciones basadas en la naturaleza, como la construcción de retenedores de agua y la restauración de manglares, ofrecen una adaptación sostenible a la urbanización. La Paz se encuentra en un momento crítico y en un punto de inflexión. Los ciudadanos deben decidir entre repetir los errores del pasado y el de otras ciudades o aprender de la naturaleza y adaptarse a sus enseñanzas.
Los científicos y académicos tienen un papel crucial en este proceso de cambio. Con un alto número de expertos en ciencias marinas y ambientales, la ciudad de La Paz tiene el conocimiento necesario para liderar la adaptación al cambio climático. La pregunta es si están dispuestos a actuar y hacer que sus voces se escuchen para asegurar un futuro donde el desarrollo coexista en armonía con el medio ambiente, para ellos y sus familias.
¿Se unirán para influir en las políticas y prácticas que protegerán la ciudad o permitirán que continúe la erosión de sus ecosistemas vitales?