Por María Z. Flores López
Cuando pensamos en el agua que conforma nuestro planeta, nos vienen a la mente ríos, lagos e incluso glaciares. Pero pocas veces recordamos a las invisibles: las aguas subterráneas. Sí, están ahí, escondidas bajo tierra en los acuíferos, formaciones rocosas que se recargan con la lluvia infiltrada en el suelo. Estas aguas subterráneas son esenciales para el consumo humano, la agricultura, la industria y el saneamiento en respuesta a la crisis hídrica en las zonas áridas, que en nuestro país son muchas.
Según el Informe Mundial de la ONU sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2023, México es el país más afectado por el estrés hídrico en América. Con un alarmante 67% de las extracciones de agua destinadas a la agricultura y una creciente demanda urbana, el panorama es preocupante.
La relevancia mundial del tema es tal que el secretario general de la ONU, António Guterres, no dejó de señalar en la reciente conferencia sobre agua en Nueva York que como humanidad "hemos destruido ecosistemas y contaminado las aguas subterráneas".
A pesar de la gravedad del problema y el impacto en nuestras vidas, la atención que les hemos prestado a las aguas subterráneas en México es mínima en comparación con el análisis del agua superficial. Esto resulta desconcertante, considerando que la mayoría del agua consumida en las áreas urbanas proviene de estas aguas subterráneas.
Pero aquí no terminan los datos preocupantes. En el norte y centro del territorio, se ha llegado a una sobreexplotación, superando la capacidad de los acuíferos. Según información de Manuel Perló Cohen del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, México tiene definidos 653 acuíferos y 38.7 por ciento de este recurso utilizado proviene de esas fuentes; de estos, 105 están sobreexplotados, es decir, la extracción excede a la recarga, en varios de ellos en más de 100 por ciento.
A eso hay que sumar que en nuestro país, es común la ineficiente operación de los pozos debido a una perforación, diseño y construcción inadecuados, así como un régimen de extracción mal gestionado. Además, la infiltración de agua contaminada por actividades agrícolas y humanas amenazan la calidad del agua subterránea, afectando tanto la salud como la sostenibilidad de nuestros ecosistemas.
Por si no bastara, la delimitación de los acuíferos no siempre sigue criterios técnicos, sino también administrativos. La falta de información actualizada y presupuesto insuficiente dificultan el registro y la validación de los volúmenes extraídos. Incluso se presentan errores en el Registro Público de Derechos de Agua, lo que añade una capa más de complejidad a la gestión.
Para atender esta situación necesitamos un enfoque integral de los acuíferos, la actualización y mejoramiento de los registros de agua, la colaboración entre todos los actores involucrados y la implementación de tecnologías innovadoras para su monitoreo.
En este último punto y por poner tan solo un ejemplo, existen tecnologías de inteligencia artificial y sensores que permiten un seguimiento más preciso de la operación de pozos, proporcionando datos en tiempo real sobre caudal, consumo de energía y otras variables. Estas tecnologías punteras son una oportunidad para mejorar el monitoreo y tomar medidas efectivas ante cualquier anomalía, lo que puede reducir significativamente la sobreexplotación de los acuíferos.
La situación actual de las aguas subterráneas en México exige un cambio de paradigma en cuanto a su valoración y gestión. Debemos reconocer su importancia estratégica y destinar los recursos necesarios para su estudio, monitoreo y protección.
Aunque no podamos verlas a simple vista, las aguas subterráneas continúan desempeñando un papel vital en nuestros sistemas hídricos. Por ello es imperativo que incluyamos su preservación y comprensión en las políticas de desarrollo sostenible y en las agendas públicas.
El tiempo apremia. Hagamos un llamado a los tomadores de decisiones, a los especialistas y a la sociedad en general para que se involucren activamente en la preservación de las aguas subterráneas en México.
Investigadora de la Universidad Autónoma de Baja California Sur y colaboradora de la Comunidad 1.5 grados para salvar al planeta.