Por Raquel Villanueva*

Muchos productos cosméticos impactan silenciosamente en nuestro planeta y en nuestra salud. Hay que ejercer nuestro poder de consumidor para exigir productos amigables con la naturaleza.

La tiranía a la que está sometida la sociedad para ajustarse a patrones de belleza obsoletos y a todas luces cuestionables podría ocupar páginas y conversaciones, debates y discusiones acaloradas. La industria cosmética se alimenta vorazmente de esta necesidad creada de encajar en el estereotipo y nos somete a un bombardeo mediático que puede llegar a resquebrajar la salud mental y los bolsillos de quienes se compran la idea de la perfección estética y la eterna juventud. Por si fuera poco, sus efectos no acaban ahí: este gran negocio tiene otros dardos envenenados con grandes implicaciones para la salud humana y planetaria.

Vivimos en un mundo asediado por la contaminación plástica, con más de 430 millones de toneladas de plástico producidas anualmente, mientras la crisis ambiental se cierne sobre nosotros. El Día Mundial del Medio Ambiente de este 2023, estuvo centrado precisamente en la contaminación por plásticos y en particular en los microplásticos, minúsculas partículas que representan una amenaza en ascenso.

Estos intrusos invisibles están presentes en productos cotidianos, desde cigarrillos hasta ropa, pasando por detergentes, exfoliantes o pasta de dientes, pero lo que más sorprende es su infiltración en los cosméticos.

Greenpeace Italia realizó una investigación en el año 2021 que reveló que el 79% de los 672 productos de maquillaje que fueron examinados contenían plásticos, y el 38% eran microplásticos sólidos, especialmente en máscaras para pestañas y labiales que entran en contacto directo con áreas sensibles del rostro.

La conexión entre la contaminación plástica y la industria cosmética se suma a las advertencias de la ONU sobre los microplásticos. Estas diminutas partículas, con un diámetro de hasta 5 milímetros, llegan a los océanos a través de diversas fuentes, incluyendo desechos plásticos marinos descompuestos, corrientes de agua y fugas industriales. La vida marina, desde aves hasta peces y plantas, sufre sus estragos que generan efectos tóxicos y mecánicos que afectan la ingesta de alimentos, causan asfixia y alteran la genética.

La salud humana también está en juego, ya que los microplásticos ingresan a nuestra cadena alimentaria a través de lo que comemos, el aire que inhalamos y lo que nos ponemos directamente en la piel. Investigaciones de la ONU destacan que los microplásticos presentes en cosméticos, como pintalabios y desinfectantes, tienen consecuencias graves para la salud, especialmente en las mujeres, y ya se han estudiado sus efectos en la genética, el desarrollo cerebral y la frecuencia respiratoria.

La industria de productos cosméticos, junto con otras fuentes de microplásticos como los ya mencionados cigarrillos y textiles, se convierte en un contribuyente clave a esta crisis. La responsabilidad recae tanto en los consumidores, que debemos elegir conscientemente productos sostenibles que no contengan ningún tipo de tóxicos como en las empresas, que deberían reducir el uso de microplásticos primarios desde la fase de diseño del producto. Nada le duele más a los productores que un consumidor les rechace porque el impacto negativo que su producto genera. Hay que aprender a despreciar los productos cuyos modelos de negocio están acabando con nuestro planeta.

El compromiso global y la participación ciudadana son esenciales para reducir la huella de plástico y microplásticos en el medio ambiente. Lo bello no tiene que ver con nada de lo que nos venden. BELLEZA, en mayúsculas, debería ser un círculo virtuoso en el que cuidamos el hogar que habitamos junto con otras especies para poder gozar de lo más valioso que tenemos: la vida en toda su plenitud. La vida es bella por sí sola.

Foto arte: Iván Carrillo
Foto arte: Iván Carrillo

*Editora, periodista y miembro de la Comunidad 1.5


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