Por Carlos Eduardo Correa
Los centros urbanos concentran hoy el 60% de la población global y las proyecciones del Banco Mundial dicen que, como consecuencia de la migración rural por motivos socioeconómicos y ambientales, concentrarán el 70% para el 2030. Una de las consecuencias más evidentes e inmediatas de este fenómeno es que hoy las ciudades son las grandes emisoras de contaminantes atmosféricos.
Este hecho, en el marco de la firma del Acuerdo de París, cuyo fin último es evitar el calentamiento global por encima de 2.0°C y hacer los esfuerzos posibles para no sobrepasar de los 1.5°C, ha propiciado la toma de medidas financieras, económicas y técnicas desde organismos multilaterales, academia, sociedad civil, el sector público y el privado, para facilitar la revolución que implica evitar ese aumento de temperatura. Pero lograrlo es una revolución que implica profundos cambios en modelos de negocio, nuevas oportunidades de emprendimiento, educación y sensibilización ambiental para la población y usos de nuevas tecnologías.
Existe una hoja de ruta para que cada país firmante pueda cumplir con el Acuerdo de París a través de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC), mismas deben ser actualizadas cada cinco años. Entre los múltiples mecanismos que los Estados han promocionado e implementado para cumplir sus metas están las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) como instrumentos relevantes en el contexto del cambio climático y la biodiversidad.
Sin embargo, su implementación es costosa y ha suscitado un debate sobre la necesidad de contar con instrumentos financieros adecuados para proyectos de adaptación y mitigación, así como la protección, conservación y restauración de ecosistemas urbanos.
¿De qué estamos hablando? Techos y paredes verdes, sistemas de generación de energía limpia, sistemas de captación de agua pluvial, sistemas de circularidad de agua, micro bosques urbanos, parques, corredores verdes, huertos urbanos e inclusive para las zonas costeras, la cada vez más urgente restauración de manglares. Sin embargo, todas estas medidas para implementarse requieren capital fresco y la creación de instrumentos de financiamiento innovadores y especializados, como por ejemplo: seguros paramétricos, incentivos fiscales, pago por ahorro, contabilizadores de energía/agua bidireccionales, alianzas público-privadas, mecanismos de pago por resultados y créditos de carbono, por mencionar algunos.
Otro reto es lograr que los ciudadanos se apropien de estos mecanismos y los puedan implementar. Para ello, no basta con reconocer la indudable necesidad del financiamiento y la diversificación de los instrumentos, sino entender que la sostenibilidad no es una carga financiera, sino una inversión, al tiempo que cobramos conciencia de que la transición hacia ciudades sostenibles no será un proceso fácil ni rápido, pero sí esencial para enfrentar los desafíos globales del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desigualdad social.
Los alcaldes de todo el mundo hoy deben tener claridad sobre el papel fundamental que juegan en la construcción de un nuevo modelo de descarbonización y biodiversidad positiva y comprender que las diferentes herramientas climáticas a nuestra disposición van a ayudar a acelerar el cumplimiento de las metas globales. Aún más importante, que éstas pueden permitir al ciudadano tener una mejor calidad de vida.
Son estos temas los que nos ocuparán en la primera Cumbre de las Ciudades de las Américas que tendrá lugar del 26 al 28 de abril en la ciudad de Denver, Colorado, Estados Unidos. Un foro que deberá construir la base de una transición a partir de la conversación, la reflexión y la cooperación entre gobiernos locales y de estos gobiernos con sus ciudadanos y otros sectores como la academia, la industria y las comunidades indígenas.
Carlos Eduardo Correa, ex Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, ex Alcalde de Montería, Colombia; becario no residente del Instituto de las Américas y colaborador invitado de la Comunidad 1.5 para salvar al planeta.