Recientemente algunos especialistas han atribuido a la globalización el recrudecimiento de la inflación desencadenado por la guerra en Ucrania, ya que tanto este país como Rusia son dos de los principales productores de diversas materias primas o productos (commodities) minerales. Esto es correcto en su direccionalidad, pero inexacto en su causalidad. Tales productos, por su naturaleza indiferenciada, han afectado las condiciones de precio de manera general en todo el mundo, aun antes del decenio de 1990, cuando surgió de manera importante la globalización. Precisamente la inflación mundial detonada a principios de los setenta se derivó de un choque de oferta en la producción de petróleo, un commodity por excelencia. Sin embargo, sí es verdad que el proceso inflacionario que se ha presentado por los efectos de la pandemia en los últimos tiempos se anticipaba –al menos potencialmente– “manejable” por la mayoría de los expertos en política monetaria hasta antes del comienzo de la guerra. Algunos economistas consideraban incluso que la inflación en Estados Unidos podría disminuir hasta niveles cercanos al 3%, y en un caso extremo al 4% anual para 2022. Se pensaba que tan sólo con que la Reserva Federal estadounidense (la Fed) diera unos cuatro incrementos en el año se podrían crear condiciones favorables para un retorno de la economía a niveles que hicieran sostenible el crecimiento. En cambio, en tan sólo unas semanas las expectativas de un control efectivo de los precios en el corto plazo se desvanecen, y con ello las condiciones para un aterrizaje suave de la actividad económica después de la pandemia se vuelven adversas.

Alberto Jones Tamayo
Comité de Financiamiento CICM


 

La posibilidad de retorno al ya de por sí frágil crecimiento económico en México enfrenta ahora el desafío de un entorno mucho más complejo, en tanto que los incrementos a las tasas de interés domésticas se darán más rápidamente y las tasas de interés internacionales que afectan negativamente el costo de la deuda pública y privada (en este segundo caso, particularmente la deuda bancaria en moneda extranjera de empresas, y no tanto la deuda contratada mediante bonos internacionales) ya han comenzado a aumentar, independientemente de las acciones que seguirá realizando la Fed durante el año. Por si esto no fuera suficiente, se encarecerán los costos asociados a los procesos de inversión en el país por la elevación de los precios internacionales del hierro, el cobre, el níquel y otros metales cuya producción lideran Ucrania y Rusia, y por las interrupciones a las cadenas globales de suministro. Es decir, la creación de capital productivo y la inversión en infraestructura –que requiere el insumo intensivo del acero y otros minerales, y utiliza el financiamiento de largo plazo de manera crítica– se verán afectadas aún más por los aumentos en estos dos conjuntos de elementos de costo vinculados a la infraestructura.

En este sentido la inversión, que ha venido cayendo desde hace casi seis años, y en especial la asociada a la construcción de infraestructura ya sea para proyectos de comunicación terrestre, de energía o industriales llevados a cabo para empresas, enfrentará nuevos obstáculos sumados a los que ya ha venido enfrentando.

Por una parte, la elevación sostenida en costos de las materias primas como el acero o el cableado se acrecentará aún más tanto por el efecto en los precios como por los cuellos de botella en la logística internacional, fenómenos que ya están ocurriendo por muchos factores, entre ellos el efecto de las sanciones a Rusia. Por otra parte, el efecto doble que el financiamiento tendrá tanto en disponibilidad de crédito o apetito de riesgo como en el incremento del costo de financiamiento por la alza en tasas de interés, y también –no poco importante en el escenario global de incertidumbre– debido al aumento de los premios por riesgo o diferenciales de tasa de interés que aplicarán las instituciones financieras a los financiamientos de proyectos de infraestructura que lleguen a apoyar. Seguramente habrá proyectos que dejarán de ser viables financieramente ante los incrementos en los costos; en el caso de aquellos que están correlacionados positivamente con la actividad económica, los prospectos de la demanda esperada serán menos atractivos, al menos en los primeros años de dichos proyectos.

Con el advenimiento del conflicto ruso-ucraniano, se han agravado sustancialmente las condiciones de incertidumbre en los mercados, no solamente de commodities, sino también y especialmente en los

financieros. Los pronósticos que se tenían para el favorable crecimiento de los países más avanzados en febrero pasado han sido modificados a la baja en tan sólo un mes. El crecimiento global de las 20 economías más importantes del mundo –entre las cuales está México– proyectado para este año, ha disminuido de manera importante, de acuerdo con un análisis reciente de Moody’s Analytics.

La zona euro es naturalmente la más afectada, tanto en la caída de su actividad económica como en la inflación, presionada por el costo de la energía. En el continente americano, los efectos también se dejan sentir al reducirse las expectativas de crecimiento por varias vías: por un lado, una mayor disminución a la esperada en el poder adquisitivo de las familias y las empresas en Norteamérica; por otro, el impacto negativo sobre los mercados accionarios y de deuda, cuyo valor en conjunto ha caído de manera importante en este primer trimestre. Otro factor es la aversión al riesgo, derivada de la enorme volatilidad e incertidumbre que detiene –o ralentiza, en el mejor de los casos– las decisiones de inversión productiva.

Finalmente, el crecimiento se reducirá por la subida de costos, especialmente el financiero, con los aumentos más acelerados de tasas de interés en todas las economías relevantes y ahora el mayor premio al riesgo. Este último factor es importante, porque la percepción de riesgo de crédito –especialmente en países emergentes como México y en empresas de sectores más vulnerables a la inflación o con baja calificación crediticia– se deterioró “en automático” desde el 24 de febrero pasado con la guerra. Muestra de ello es que el costo de los mecanismos financieros internacionales para cubrir el riesgo de pérdidas en préstamos a gobiernos o grandes empresas y bancos (credit default swaps) en países emergentes se ha elevado de forma muy veloz en aproximadamente 200 puntos base en promedio. Esto significa que, al menos en el corto plazo, previsiblemente este año y el próximo, las condiciones de alta volatilidad prevalecerán y las primas de riesgo en general serán mayores a las de los años recientes.

En contraste con todo lo anterior, y a diferencia de otros periodos de crisis internacional, el mercado de trabajo en nuestra región económica de Norteamérica y otras economías avanzadas se encuentra en condiciones favorables, con desempleo a la baja y salarios al alza. Sin embargo, uno de los riesgos en este nuevo entorno global es el desencadenamiento de una espiral inflacionaria alimentada además por salarios ascendentes. Hay analistas serios que ya hablan de “estanflación”, pero parece que es aún prematuro anticiparlo debido a que hay factores mitigantes de este riesgo que en otras épocas no se tenían. Otros también temen una próxima recesión, señalada por la reciente inversión de la pendiente de la curva de rendimiento de los bonos del Tesoro en Estados Unidos. Tampoco parece que sea el caso actual, entre otras razones porque los niveles de tasas son muy diferentes y el mercado laboral denota otra perspectiva.

A pesar de que tenemos que aceptar que el crecimiento económico en México será bajo este año y el próximo, por las condiciones de este nuevo entorno adverso (quizás del 1.5% este año, y un poco menos de 2% el siguiente), el principal nuevo desafío en los próximos meses será el control de la inflación, esencial para que a nuestro país, en el contexto global comparativo, se le siga considerando razonablemente estable y sin mayores desequilibrios macroeconómicos.

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