Durante los últimos años, el término resiliencia se escucha frecuentemente en diferentes medios y para diferentes situaciones. A pesar de que es una palabra de moda, es un término que se ha entendido poco y en ocasiones, incluso, se ha malentendido. Originalmente, el término resiliencia se utilizó en física para designar la capacidad de cualquier material para recuperar su forma inicial, después de que ha cesado la fuerza externa que lo deformaba. Posteriormente, se adaptó al uso en psicología, definiéndolo como la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. A partir de ahí, se ha utilizado en diversos ámbitos, como la Ingeniería Civil, Protección Civil y Gestión de Riesgo. Por ejemplo, la ley de Gestión Integral de Riegos de Protección Civil de la Ciudad de México la define como: “la capacidad de un individuo, familia, comunidad, sociedad, y/o sistema potencialmente expuestos a un peligro o riesgo para resistir, asimilar, adaptarse y recuperarse del impacto y efectos de un fenómeno perturbador en un corto plazo y de manera eficiente, a través de la preservación y restauración de sus estructuras básicas y funcionales, logrando una mejor protección futura, mejorando las medidas de reducción de riesgos y saliendo fortalecidos del evento”. Es decir, la comunidad es la que debe ser resiliente, los fenómenos perturbadores pueden ser fenómenos naturales como sismos, huracanes, inundaciones, etc., que tienen acciones directas sobre la infraestructura y que pueden terminar dañándolas o afectándolas. La capacidad que tenga la comunidad de recuperarse de esos eventos catastróficos es lo que se le conoce como ciudad resiliente.
Coordinador del Comité Técnico de Resiliencia de la Infraestructura del CICM
De acuerdo con la iniciativa Desarrollando Ciudades Resilientes 2030, MCR2030 por sus siglas en inglés, hay diez aspectos esenciales para lograr que las ciudades se vuelvan resilientes https://mcr2030.undrr.org/es ): i) que tenga un marco institucional y administrativo adecuado; ii) asigne un presupuesto para la reducción del riesgo de desastres; iii) haya una evaluación de riesgos multi-amenaza; iv) haya infraestructura que reduzca el riesgo; v) protección de las instalaciones vitales como escuelas, hospitales, etc.; vi) aplicar reglamentos de construcción y planes de desarrollo urbano adecuados; vii) existan programas educativos y de capacitación; viii) se protejan ecosistemas y zonas naturales de amortiguamiento; ix) existan sistemas de alerta temprana y respuestas eficaces; y x) recuperación y reconstrucción de comunidades.
De esta forma, la Ingeniería Civil tiene un papel importante en el desarrollo de la resiliencia de una comunidad, participando activamente en prácticamente los diez aspectos esenciales que propone la iniciativa MCR2030. Entre estas actividades se encuentran la actualización de los reglamentos y códigos de construcción, evaluación y gestión del riesgo natural y antropomórfico, establecimiento de sistemas de alerta temprana, como la alerta sísmica, entre otros.
Cuando en ingeniería nos referimos a una estructura resiliente o a la resiliencia de la infraestructura, no nos referimos a que los edificios e infraestructura deban ser resilientes per se, sino que éstos deben estar planeados, diseñados, construidos, puestos en operación y con un mantenimiento adecuado con el fin de que sean capaces de soportar eventos extremos para que la sociedad pueda recuperarse oportunamente y, de este modo, el retorno a la “normalidad” sea en el menor tiempo posible.
Debido a esa importancia, uno de los Comités Técnicos del Colegio de Ingenieros Civiles de México es el de Resiliencia de la Infraestructura. Siendo el objetivo de este Comité el de promover el conocimiento, visión y acción de la Ingeniería Civil en la resiliencia del país, a través de su infraestructura. Sin embargo, todas estas acciones y trabajos serán en vano sin la participación activa y proactiva de la sociedad, pues es ella la que se debe transformar y adecuar para responder apropiadamente ante un efecto perturbador.
Para tener una sociedad resiliente, ésta no solo debe responder de forma adecuada ante el fenómeno perturbador (sismo, huracanes, inundaciones, etc.), sino debe estar preparada para enfrentarlo correctamente. Es decir, la resiliencia se construye antes y no durante o después del evento disruptivo. Se construye a través del conocimiento del riesgo, de las causas y sus consecuencias, así como de las acciones prestablecidas para afrontarlo.
El conocimiento del peligro natural es el primer paso para tener una sociedad resiliente. Cuando un fenómeno se conoce, pero sobretodo se entiende, se pierde el miedo a él. Por ejemplo, si vivimos en una zona sísmica, debemos conocer y entender el fenómeno de los sismos para entender que es parte de la naturaleza y que debemos convivir con ellos. Cuando se entiende el proceso de generación de los sismos, la naturaleza de éstos no se achaca a la ley metafísica de la atracción, sino más bien a la del ritmo. Simplemente existen y no son buenos ni malos, no son producto de la ira de un dios o del pensamiento negativo de la gente. Son lo que son, parte de la naturaleza de un mundo vivo.
Este entendimiento del fenómeno sirve de base para el siguiente paso, la reducción de la vulnerabilidad y el riesgo. Desde el punto de vista técnico, es en este punto donde la Ingeniería busca tener una infraestructura adecuada, pensada en la resiliencia de la comunidad. Sin embargo, la sociedad debe involucrarse en estos aspectos.
Por ejemplo, cuando se compra un automóvil, además de la estética y rendimiento del mismo se pregunta sobre la seguridad en caso de choque, número de bolsas de aire, tipo de frenos, etc. Del mismo modo, cuando se renta o compra una casa o un departamento deberíamos preguntarnos, además de los acabados y distribución de espacios, por si el inmueble es estructuralmente seguro o no. Del mismo modo en que para un automóvil pedimos la ficha técnica, para un inmueble se debería pedir información básica del mismo como: normatividad que cumple, año de construcción, planos arquitectónicos y de diseño, alteraciones, resistencia, estructuración, planta baja débil, entre otros. Al respecto, una forma sencilla de cómo saber si, ante un sismo, un inmueble que se va a comprar o arrendar es estructuralmente seguro es a través de la “Guía del comprador y arrendador responsable” de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Estructural (https://bit.ly/3VdYhad).
Así, debemos entender que el aspecto técnico, por sí solo, no será capaz de construir una resiliencia sin el aspecto social, emocional y ético de la comunidad. La comunidad debe ser la punta de lanza para la creación de una ciudad resiliente. Es a través de una sociedad informada, conocedora y demandante que la resiliencia se irá construyendo día a día.
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