Por: Fernando Peña Mondragón

México cuenta con un vasto patrimonio arquitectónico formado por más de 50,000 sitios arqueológicos y 110,000 inmuebles construidos entre los siglos XVI y XIX; dentro de los cuales figuran 35 sitios en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Adicionalmente a estos, se encuentran construcciones emblemáticas realizadas durante el siglo pasado, como el Palacio de Bellas Artes, el Ángel de la Independencia, el estadio olímpico universitario, entre muchos más. La conservación de este patrimonio no es una tarea sencilla, pues se requiere de la implementación de un programa integral de intervención, que va más allá de lo meramente técnico.

La conservación es y debe ser una labor multidisciplinaria. Desde el punto de vista técnico, deben intervenir diferentes disciplinas como: Arqueología, Arquitectura, Historia, Ingeniería, Restauración, etc. Sin embargo, desde un punto de vista más amplio, los actores principales que intervienen, o deberían también intervenir, son: usuarios, dueños de los inmuebles, entidades gubernamentales (v. gr. INAH, INBA), clero (en caso de iglesias y conventos) y por supuesto la comunidad en general.

Cada problema constituye un caso único, por lo que no se pueden formular reglas en general. Así, se deben considerar varias propuestas posibles, que permitan obtener el nivel de seguridad adecuado y las diferentes técnicas de intervención deben ser estudiadas con detalle. La toma de decisiones debe seguir un criterio de costo – beneficio. Cuando hablamos de costo no es únicamente desde el punto de vista económico, sino cualquier alteración o pérdida que puede sufrir el inmueble, la comunidad o los usuarios. Por ejemplo, pérdida de identidad, tiempo que dure cerrado el inmueble, alteración de espacios, incomodidad de los usuarios, entre otros. Cuando hablamos de beneficio se refiere a todo lo que se puede ganar, como la seguridad estructural, la permanencia de los valores patrimoniales, el uso del inmueble, etc. De este modo, la toma de decisiones deja de ser un asunto meramente técnico y se debe involucrar a los actores participantes. Es aquí, donde es importante que los usuarios, los dueños de los inmuebles y la comunidad en general se involucren en los procesos de conservación.

Desde un punto de vista meramente técnico, los criterios de conservación deben basarse en tres principios fundamentales: la seguridad física de las personas, la salvaguarda de los valores patrimoniales y el uso actual y futuro que tendrá el inmueble. Se debe considerar que el daño estructural no sólo tiene consecuencias a nivel económico y de pérdidas humanas, sino también a nivel cultural y patrimonial; así como una alteración en la vida de la comunidad. Por lo que, se debe evitar la ocurrencia de fallas estructurales, buscando corregir las posibles deficiencias y errores de la estructura original, con el objetivo de evitar daños futuros. Esto permitirá que el inmueble se mantenga vivo, conserve su identidad y se evite la pérdida de sus valores patrimoniales.

Desde el punto de vista global, cada uno de los diferentes actores al tener una visión diferente del problema se complementan entre sí. Desafortunadamente, esto no se da necesariamente en todos los casos. Por lo que se pueden encontrar ejemplos de intervenciones inadecuadas debido a que imperó una falta de conocimiento o una sola visión de algunos actores, como los costos económicos, los usos y costumbres, la politiquería o el afán de protagonismo de alguno de ellos. Esto conlleva a repetir, una y otra vez, los errores del pasado. Ya que, si no hay un proyecto integral que busque subsanar las deficiencias y debilidades del inmueble, es probable que en el futuro se sigan presentando los mismos daños y problemas.

Por el contrario, cuando todos los actores acompañan el proyecto, buscando minimizar los costos y optimizar los beneficios, tenemos casos de éxito. Sin embargo, para ello se necesita que cada acción que se tome se haga con el conocimiento adecuado. Conocimiento del problema, de la riqueza del patrimonio, de las tradiciones, de la técnica, de la historia, de la comunidad, de la naturaleza y sus riesgos. Es decir, de un conocimiento integral que solo se logra si cada uno de los actores aporta, desde su perspectiva, su experiencia, su interés y sabiduría. Esto último se puede resumir como: conocer para entender, entender para prever, prever para conservar y conservar con la dignidad que merece nuestro patrimonio arquitectónico.

Secretario del Comité de Seguridad Estructural del CICM.

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