Hace tres semanas, la activista Delia Quiroa lanzó una polémica carta dirigida a los nueve grupos del narcotráfico de mayor peso en el país: el Jalisco Nueva Generación, el de Sinaloa, el del Golfo, los Zetas, los Beltrán Leyva y la Familia Michoacana, entre otros. En las líneas, Quiroa les pedía negociar un pacto de paz para terminar con la desaparición de personas en México.

Un par de días después, el presidente López Obrador reaccionó a la propuesta. La vio con buenos ojos y dijo que respaldaría cualquier idea que llevara a mejorar la situación de inseguridad. Como resultado de esas palabras, entrevisté a Delia Quiroa, en el noticiero a mi cargo en Latinus. Me dijo que tres mensajeros la habían contactado. 1.- Un sacerdote de Michoacán, que no quiso revelar su identidad, pero quien aseguró que un cártel de la zona estaba dispuesto, siempre y cuando se eliminara el tercer punto que proponía terminar con los conflictos armados, por ilógico que parezca. 2.- Un policía de Matamoros, ligado al Cártel del Golfo, que escuchó que los líderes apoyaban la idea, siempre y cuando el Cártel Jalisco Nueva Generación dejara de lado su objetivo de pelear la plaza.

Y 3.- Un abogado de Sonora que representaba a un grupo criminal de la zona. Como prueba, mandó fotografías con algunos de los líderes, aunque no los describió como narcotraficantes, sino como empresarios. Le pidió a Delia una reunión con ella, para luego ir juntos a buscar al Presidente y mostrarle la propuesta de paz.

Ese abogado volvió a llamar a Delia este jueves 8 de junio. Le insistió en la necesidad de ir a Palacio Nacional, para llevarle un documento a López Obrador. Delia respondió que ella ya había hecho su parte y que el balón ahora estaba del lado de los grupos de la delincuencia. “Si están dispuestos, que se manifiesten abiertamente”, me dijo en una nueva conversación telefónica que tuvimos para esta columna.

En un país con más de 400 mil personas asesinadas en 20 años, con más de 100 mil desaparecidas, escuchar la idea de pactar con el narco puede resultar incomprensible para muchos, pero no para las familias de las víctimas que han soportado la incertidumbre.

Delia tiene nueve años buscando a su hermano Roberto. Desapareció en 2014, en Tamaulipas, después de que dejó de pagar el cobro de piso por un restaurante que tenía. A los pocos días de presentar la denuncia, alguien le escribió a Delia un mensaje en Twitter. “Tu hermano está atrás del campo de golf de Reynosa, atrás de la virgen”. Desde entonces, Delia y su mamá comenzaron a buscar en la inmensidad del aquel terreno. Apenas hace dos meses encontraron un punto de exterminio. Han localizado 15 cuerpos. Hasta ahora, ninguno ha sido el de Roberto, ninguno ha sido identificado.

Delia y otras buscadoras diseñaron un calendario de aquí hasta diciembre para comprometer a las autoridades y que no falle nadie. Ni los forenses, ni los fotógrafos, ni los policías de resguardo. Es una búsqueda cada 15 días. Una vez va ella, una vez va su mamá. A ambas ya les tomaron pruebas de ADN, por si en los próximos días la base de datos arroja un positivo.

Si encuentran un cuerpo, los especialistas lo ponen en una lona, lo suben a una ambulancia y lo mandan a la Ciudad de México para el análisis con autoridades federales, porque no confían en las locales. Si encuentran un hueso, va a una caja. Siempre con la esperanza de que sea Roberto, siempre con la esperanza de que tenga un nombre.

Stent:

La jueza Magdalena Malpica, que determinó que la ministra Yasmín Esquivel no plagió su tesis, es conocida como la Al Capone del tribunal. Tiene un aliado estratégico: un tal Uber.