Ahí no se escuchan las ráfagas ni los granadazos. Tampoco el rechinar de las llantas de camionetas que pasan a toda velocidad con narcocorridos, llenas de gente con armas largas y el dedo listo en el gatillo. Ahí no se ven columnas de humo de coches o camiones incendiados. Es el único lugar de Culiacán que, en estos 15 días, ha tenido “paz” a pesar de que está a solo cinco minutos de uno de los principales puntos de guerra entre “Los Chapitos” y “La Mayiza” como lo es el entronque entre la carretera conocida como “La Costerita” y la avenida Heroico Colegio Militar que irónicamente lleva al cuartel donde López Obrador da sus conferencias en cada visita.

Se llama “La Primavera”. Es un fraccionamiento (o privada como le dicen los locales) ubicado en el sur de la ciudad, con muchas privadas al interior. Tiene campo de golf, tiendas de todo tipo e incluso ahí dentro está el corporativo digital de Coppel, la familia dueña y desarrolladora de los terrenos, o el de SuKarne. “La Primavera” es para Culiacán lo que “Bosque Real” es para la Ciudad de México.

Con el objetivo de blindarse de vecinos malandros, la administración exige que todo el que quiera vivir ahí debe llevar 12 referencias de recomendación. Si se trata de un matrimonio, tienen que ser 24. Solo que el candado no ha servido mucho que digamos: abundan los políticos y factureros. Ahí vivió, por ejemplo, Quirino Ordaz, cuando era gobernador y antes de mudarse a España como embajador.

Durante los primeros días de esta batalla reciente, en los accesos de “La Primavera” aparecieron camiones de volteo, de esos que se usan para trasladar escombro. La hacían de barricada ante el temor de que un bando u otro quisiera ir a buscar a algún rival que le debiera cuentas o de que, simplemente, el enfrentamiento se extendiera por sus calles. Los trabajadores no pudieron llegar por la falta de transporte público y las restricciones a la circulación.

Afuera, al norte de “La Costerita”, es otro Culiacán. En las farmacias privadas empeora el desabasto de medicinas, en los supermercados el de comida y artículos de primera necesidad como papel de baño, jabón y focos, lo que tira el mito de que el Cártel de Sinaloa no se mete con la gente inocente. Tal vez, pero sí con sus vidas. En las áreas rurales que abundan cerca de Culiacán solo hay de un tipo de cigarros. La caja es roja, con letras en blanco y detalles en negro. Una copia barata de los Marlboro. Los locales y los distribuidores aseguran que son chinos con etiqueta de hechos en México, pero son los únicos que el cártel autoriza. Una teoría es que llegan de Asia como combo extra de los precursores del fentanilo y hay que acomodarlos en el mercado a como dé lugar.

Afuera, quince días antes de que comenzara la guerra, policías, políticos y militares ya platicaban de lo que se venía. Un culiacanazo largo. Porque afuera ya no está Guzmán Loera, ya no está Zambada García y ya tampoco está Ovidio, el narco que cuando era un brillante estudiante de prepa en el Tec de Monterrey campus Culiacán se metía al centro de las peleas a separar a sus compañeros.

Stent:

Hay un bar que está de moda en distintas partes de México. Se llama Sala de Despecho. Un karaoke con micrófonos de juguete. El sábado pasado, en la sucursal de Polanco, una mujer llamó la atención por el estado en que se encontraba. Ofendió y amenazó al personal y a otros clientes. Luego terminó en el piso igual que algunas de sus botellas. Nadie la habría identificado, pero en su prepotencia se echó de cabeza: Soy senadora de Morena por Chiapas.

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