Entre 2017 y 2018 se vivió una de las coyunturas más críticas en la relación de nuestro país con Estados Unidos: un cambio de gobierno en el país vecino sacudió, en un verdadero sismo político, los cimientos de nuestra relación bilateral.

En ese contexto adverso, nuestros equipos negociadores arrancaron un proceso de negociación complejo y difícil, pero al mismo tiempo satisfactorio, porque el resultado fue uno de los acuerdos más modernos dentro de la arquitectura del comercio global. No es para menos: en México, luego de un proceso electoral que tuvo importantes consecuencias para el sistema de partidos, se tuvo la suficiente altura de miras y perspectiva de Estado para salvaguardar los intereses de la ciudadanía.

El éxito del T-MEC es incuestionable y, a poco más dos años de distancia desde su entrada en vigor (en julio de 2020), vale la pena echar las primeras cuentas sobre su desempeño, sobre todo de cara al proceso de evaluación del Tratado, que comenzará en 2026.

Con esto en mente, la Comisión Especial de Seguimiento a la Implementación del TMEC del Senado de la República -que tengo el honor de presidir- organizó un foro de discusión titulado “Dos años del T-MEC: retos y oportunidades hacia una América del Norte más integrada”. Arropados por especialistas en diversos temas, la sede de Xicoténcatl se convirtió en verdadero centro de pensamiento y, de este ejercicio, surgen algunas reflexiones de cara al futuro inmediato de nuestra integración regional.

Una de ellas es que hay un consenso sobre las ventajas del comercio y la integración regionales. Da gusto ver que uno de los grandes logros del entonces TLCAN fue disipar cualquier duda sobre la ventaja de integrarse a una región tan dinámica como América del Norte. El debate, venturosamente, ya no se articula sobre el eje integración-autarquía, sino sobre la cuestión de cómo profundizarla.

Pero acentuar esta integración regional plantea múltiples retos cuyas fuentes están dentro y fuera de nuestras fronteras. Entre los más destacados por las y los expertos se encuentran: la regionalización de la economía mundial y la necesidad de México por aprovecharla; la cuestión de cómo fomentar industrias que no sólo incrementen nuestras exportaciones, sino que también desarrollen alta tecnología, capital humano calificado y cadenas de producción verdaderamente incluyentes; mención aparte merecen los constantes llamados a honrar la imagen de México como un país respetuoso de sus acuerdos internacionales.

En cada una de las mesas de diálogo, no se dejó de señalar la importancia del Estado mexicano para lograr estos objetivos; del Estado entendido como la suma de fuerzas y voluntades políticas, no como la expresión de un programa de gobierno, donde los actores de oposición y los contrapesos institucionales desempeñan un papel fundamental en la toma de decisiones que inciden directamente en los procesos de integración.

Sin embargo, creo que la principal reflexión de este ejercicio fue recordar los objetivos últimos del comercio: mejorar las condiciones laborales, asentar una economía verde y sostenible, así como mejorar objetivamente las condiciones de bienestar. En resumen, el segundo aniversario del T-MEC también ha servido para recordarnos que la cooperación económica, la integración comercial y, en general, la relación de México con el mundo está, y debe estar, al servicio de la gente.

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Senadora de la República 
@ruizmassieu 

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