Hoy hace 94 años se fundó el Partido Nacional Revolucionario, que en 1938 se convirtió en el Partido de la Revolución Mexicana y, en 1946, se transformó en el Partido Revolucionario Institucional, donde milito y tuve el honor de presidir durante uno de sus momentos más complicados: tras las elecciones de 2018, que reconfiguraron las coordenadas políticas de México.   

Cada etapa del partido atendió las necesidades más urgentes del país: primero, unir a los revolucionarios triunfantes para que la causa no se perdiera por falta de organización, así como institucionalizar la transferencia pacífica del poder; luego, aglutinar a las fuerzas más dinámicas de la sociedad en sectores con representación política; después, el relevo a la generación que llegó a la vida pública tras la Constitución de 1917, lo que implicó un giro decisivo a gobiernos civiles. 

En aquellos primeros años, tanto por garantizar los objetivos del nacionalismo revolucionario, como por la ausencia de una sociedad civil robusta, el PNR se convirtió en un partido hegemónico, que dejó en pausa la democracia. Irónicamente, la aspiración revolucionaria del sufragio efectivo se rezagó en nombre de la causa revolucionaria misma. Otra contradicción, aunque menos evidente al principio fue que, no obstante, el partido sí logró por primera vez en nuestra historia dar canales de expresión e incidencia política –tutelados, pero reales– a la diversidad y pluralidad nacional.   

Entre 1977, con la Reforma Política de ese año, y 1996 con el acuerdo unánime de las fuerzas políticas para que la equidad y la sujeción a la ley tomaran sitios definitivos en los procesos electorales, el PRI pasó de la hegemonía a ser partido dominante y, enseguida, a partido en competencia democrática por el voto de la ciudadanía. 

La historia del PRI es pues un arco que ha implicado conciliar pragmatismo y principios, pero sobre todo capacidad de adaptación a las nuevas realidades, para finalmente, en 94 años, llegar desde la lucha revolucionaria armada hasta la democracia de instituciones, en la que hemos sabido ser gobierno y oposición. En el siglo XXI, se abrió una nueva etapa, donde la ciudadanía no está anclada primordialmente en las militancias partidistas -tradicionales o novedosas-, sino que pondera las propuestas, las personas que las postulan y los resultados que alcanzan. 

Hoy, en 2023, la ciudadanía se erige como la protagonista de la vida pública, y ha encontrado en la defensa de la democracia, ante las ambiciones regresivas del oficialismo, una causa de unidad. Pero la demanda ciudadana no se agota en la democracia formal, sino en la exigencia de que las elecciones conduzcan a un desempeño democrático de los gobiernos y, desde luego, a la rendición de cuentas y sus libertades asociadas: la crítica informada y libre, y la vuelta a las urnas. 

Este es el escenario en el cual el PRI está llamado a actuar debe ser congruente con la evolución de la sociedad mexicana y sus exigencias por ampliar y consolidar un régimen de libertades y derechos que coloque permanentemente a la ciudadanía en el centro de las decisiones públicas. Y también consciente de que está abierto, cada vez más, al escrutinio de su desempeño como instituto político. 

En el PRI tenemos una trayectoria histórica profunda y un recorrido de claros y de obscuros que acredita nuestra capacidad para impulsar el cambio y adaptarnos a las transformaciones que promovimos o que reconocimos como la mejor evolución de nuestra comunidad política.  

Actualmente, somos una oposición con la menor respuesta popular en todos los comicios federales celebrados de 1997 a la fecha. Una presencia que es puesta a prueba y observada a través del cristal de las prácticas democráticas internas y la apertura a las nuevas expresiones del priismo; un priismo que en el espacio de este siglo -en el ámbito nacional- sólo habrá sido responsable de la jefatura del Estado durante una cuarta parte del tiempo. 

¿A qué me refiero? A que la mayoría de las y los electores aprecian al partido sobre la base de la actuación de sus dirigentes y de quienes a partir de su emblema acceden a un cargo de elección popular; están los referentes del siglo pasado y el reflejo de las oportunidades recientes de hacer gobierno, pero es más viva la impresión de la actualidad y su proyección para el futuro inmediato. 

Hoy la pluralidad política está amenazada por la visión excluyente del partido en el gobierno en un clima de polarización que niega los beneficios del diálogo y la construcción de propuestas compartidas en la amplitud del espectro político para permitir la atención de los problemas de desigualdad social, inseguridad pública, empobrecimiento de las familias y abandono del equilibrio ecológico. 

Ante ello, es indispensable que nuestra organización política afirme sus conductas y prácticas auténticamente democráticas, por ser la fuente de legitimación ante la militancia y la sociedad. Y, también, que a partir de la coincidencia con otras fuerzas políticas en defensa de los principios democráticos y las instituciones que velan por las libertades públicas, vayamos en pos de una gran alianza con la sociedad, para nutrir los procesos políticos de la ciudadanía libre que tiene causas. 

El tiempo de los partidos políticos como espacio único de vitalidad y dirección política ha sido superado. Bienvenido el tiempo de la ciudadanía libre y su mayor extensión, y bienvenido el reto que actualmente le presenta a nuestro partido. Las y los priistas hemos cambiado con la sociedad. Hoy el camino del PRI es el cambio con y a favor de la ciudadanía que ama la libertad política y se ha hecho fuerte al ejercerla.

Senadora de la República

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