Este domingo, quienes salieron a defender la democracia en las calles lograron que algo importante pasara en México. Igual que decenas de miles de personas, marché para alzar la voz por del INE; pero ahí, en el ánimo y la organización cívica, se sintió una demanda más amplia, para cambiar la relación entre ciudadanos, partidos y autoridades.
En sus diferentes etapas, México se ha cimbrado con movilizaciones ciudadanas que marcan puntos de inflexión y reconfiguran el espacio público. En nuestra historia reciente, pienso, por ejemplo, en las protestas de 1968 y 1971, que apuntalaron el inicio de la apertura democrática; las marchas contra la inseguridad de 1997, 2004, 2008 o 2011, sobre cuya experiencia se han nutrido tantas otras. Más recientemente, las protestas de nosotras las mujeres para denunciar las violencias misóginas. En ese sentido, ¿qué significa la marcha en defensa del INE de este domingo?
Si bien lo que motivó esta marcha fue el rechazo a la c ontrarreforma electoral y la defensa del INE , fue también un mensaje ciudadano a las oposiciones. Una exigencia para que quienes tenemos cargos legislativos, de gobierno o partidistas, seamos congruentes y respetemos el mandato de las urnas, no sólo con palabras, sino con nuestras acciones, por ejemplo: nuestros votos en el Congreso.
La marcha fue también una demanda ciudadana para que los partidos opositores, todos, nos sepamos poner de acuerdo en torno a un proyecto amplio, incluyente, por encima de intereses de grupo. El ejemplo cívico de quienes marcharon fue un mensaje para que ofrezcamos algo más que oponernos al régimen actual. Fue la constatación de que regresar al pasado sería una propuesta absurda: la expectativa ciudadana es crear una alternativa de futuro, que trascienda lo electoral y se cristalice en una visión de país que inspire y convoque el respaldo mayoritario.
Hubo además un giro de paradigma en el sexenio: la agenda y la organización la vuelve a definir la ciudadanía, por encima de las estructuras partidistas o gubernamentales. Esto indica que las futuras alianzas ya no pueden construirse entre las cúpulas de partidos, vacías de ciudadanía, sino entre ciudadanos y partidos, donde los primeros marcarán el ritmo.
Finalmente, la marcha confirma que, contrario a la propaganda, en México no existe una mayoría homogénea que respalde incondicionalmente al proyecto oficialista. El mito de un régimen imbatible es falso. Porque más allá de los números precisos (si marchamos 60 o 300 mil), lo cierto es que esta manifestación representó un sentir mayoritario: sobre el INE, pero también respecto a un apetito por opciones políticas, en búsqueda de causas y liderazgos que las abanderen.
La defensa del INE fue un posicionamiento poderoso de la ciudadanía en favor de la democracia, pero fue más: sembró la semilla de una expectativa ciudadana renovada sobre cómo entender la política, hacer alianzas y proyectar gobiernos. Como en otros momentos históricos, es un punto de inflexión, al menos potencial, que traza nuevas realidades para ser oposición y gobierno. Hay que entender y atender los significados de la marcha, porque abre todo un nuevo panorama. Por mi parte, sólo queda reiterarlo: en el Senado de la República, la ciudadanía cuenta con mi voto en contra de la iniciativa presidencial de reforma constitucional electoral porque estoy convencida del deber de salvaguardar a nuestro árbitro electoral ciudadano y a nuestras libertades democráticas.
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