El Sistema Educativo Nacional es uno de los referentes más exitosos del Estado mexicano construido por los gobiernos del régimen posrevolucionario. Durante los últimos 70 años, el porcentaje de personas analfabetas de 15 años o más disminuyó prácticamente diez veces: de 44% en 1950 a sólo 4.7% en 2020. En el mismo periodo, las escuelas se han multiplicado en la misma proporción: de 25 mil en 1950 a casi 260 mil centros educativos (de educación básica a media superior) en 2021. En la cintura del siglo pasado había 25.8 millones de compatriotas y en 2020 el censo indicó que ya éramos 126 millones.
Muchos de los esfuerzos educativos del siglo XX se emprendieron bajo el liderazgo de Jaime Torres Bodet como secretario de Educación Pública. La unificación del gremio magisterial en el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, las misiones culturales, el llamado Plan de once años para el mejoramiento de las escuelas y la fundación de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos son sólo algunos ejemplos.
Sin embargo, prácticamente todos los gobiernos, desde la Revolución Mexicana hasta la transición democrática, han contribuido a consolidar y fortalecer las instituciones, la legislación, la infraestructura y los programas educativos, con el propósito de garantizar el derecho a la educación y mejorar la calidad educativa para los alumnos.
El legado de varias décadas comprende una serie de reformas –como la de 1993, que consolidó el derecho a la educación en el texto constitucional; o la de 2013, gracias a la cual el Estado decidió recuperar la rectoría del sistema educativo–, diez generaciones de libros de texto gratuitos, así como la creación de instituciones fundamentales como la Universidad Pedagógica Nacional o el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos.
Ya en el siglo XXI, uno de los más notables logros en materia de educación fue el Programa Escuelas de Tiempo Completo, que comenzó en 2007 y se expandió rápidamente hasta operar en más de 25,000 escuelas, que daban cobertura a más de 3 millones de alumnos en 2016. Su expansión atendió con prioridad áreas marginadas. Y su evaluación ha reconocido su contribución a cerrar brechas e incrementar la equidad del sistema educativo.
En las últimas semanas, la Nueva Escuela Mexicana y la última generación de los libros de texto gratuitos para estudiantes de primaria y secundaria han sido objeto de polémica por distintas razones: criterios para el proceso de enseñanza-aprendizaje ajenos a “los resultados del progreso científico” y contrarios a la lucha “contra la ignorancia y sus efectos” del artículo 3º constitucional; incumplimiento de la ley en el proceso de diseño, elaboración y edición de los libros; desacato de una suspensión judicial que ordenó detener su distribución; pero, sobre todo, una serie de graves insuficiencias en la estructura y el contenido de los nuevos materiales educativos.
La polémica no es novedosa; de hecho, desde la primera edición de libros de texto gratuitos, prácticamente todos los cambios en materia educativa han sido objeto de debate; y han concitado reacciones de distintos sectores: padres de familia, maestros y sociedad civil.
Sin embargo, lo que sí es nuevo es el retroceso advertido por especialistas en la pedagogía que se impulsa para el proceso educativo y sus correspondientes libros de texto. Las deficiencias más graves son en áreas cruciales, como el aprendizaje de las matemáticas, que ahora están integradas como parte de campos formativos. En suma, los libros también utilizan inadecuadamente algunos conceptos y la presentación de los temas carece de una organización secuencial de los conocimientos, necesaria para un aprendizaje adecuado.
El objetivo fundamental de modificar el modelo, los programas o materiales educativos debe ser adaptarlos a las necesidades y tendencias actuales, para darle a las niñas, niños y jóvenes más y mejores herramientas para su formación y los retos que el conocimiento les permitirá enfrentar y superar. El nuevo modelo educativo y sus libros de texto gratuitos hacen todo lo contrario. Desprecian el legado histórico de varias generaciones. Y podrían empeñar el futuro de al menos una generación.
Senadora de la República