En algún momento la perdimos.

Y me incluyo, porque actuar sabe y bien.

Pero se ha ido del planeta. El Perseverance, allá solitario en Marte, a casi 60 millones de kilómetros de nosotros, está más cerca, es más funcional y no se anda con burradas.

No hace ni una semana que Victoria Abril ofreció una conferencia de prensa con motivo de los Premios Feroz, que organiza la Asociación de Informadores Cinematográficos de España, y se descosió.

En un cuarto de hora echó por los suelos, con sus declaraciones, trabajos de buena hechura como los que podemos ver en algunas de sus cintas (La ley del deseo, Átame, Tacones lejanos, Libertarias). La actriz fetiche de Almodóvar se las arregló en su encuentro con la prensa para saltar del cine a la pandemia a través de las medidas que ha tomado España al respecto, por ejemplo, de los confinamientos y de las restricciones para viajar o para hablar cara a cara con alguna persona y la obligatoriedad de llevar puesto en tal caso un cubrebocas.

Estaba podemos decir que serena, pero pasó muy rápido a la exaltación, mostrada no por el volumen de su voz sino por la reiteración de palabras —no tartamudeo, ojo— casi patológica, del todo ajena para una profesional dedicada a expresarse, entre otros medios, con la palabra. Tuvo el pretexto, allá también hay Moleculines, de un pseudoperiodista no identificado que muy a la fuerza aceptó ponerse un cubrebocas para formular alguna pregunta.

Para Abril, el problema del Covid-19 es el miedo y ese miedo es culpa de la televisión. Ella, dijo, no cuenta con una televisión —extraño en alguien que ha vivido no sólo del cine sino de las producciones televisivas, justamente—. El miedo no es a la muerte, al sufrimiento, a morir ahogado porque los pulmones no respondan, sino que ese miedo social, que en realidad ha de entenderse como una alerta, lo ha creado la televisión.

Eso lo dijo, ahí está el video de la conferencia para quien guste consultarlo. Se quejó: “Han empezado rompiendo las familias y luego (las relaciones con) los amigos (…) Mi hijo no viene a verme por miedo a pasármelo (el Covid)”. Bueno, al menos el hijo tiene una cierta conciencia y sabe que su madre, ya mayor de los 60 abriles, es población
de riesgo.

Y se fue al terreno económico: “Los daños colaterales de estas medidas los vamos a pagar 40 años”. Poco antes afirmó que el “dinero mágico” con que ha apoyado la Unión Europea
a España justo para combatir la pandemia, se los ha llevado Amazon.

La moderadora, una dama, trataba tanto de hacerla entrar un poco en razón como de reencauzar la charla, pero fue inútil. La actriz, de plano —allá también se dan el lujo de tener otros datos— dijo que “El Covid habrá matado este año ni el 5% de los muertos naturales”.

Y se lanzó contra las vacunas, como cabría esperarse dado lo disparatado de su discurso: “Ahora somos cobayos metiéndonos vacunas que son experimentos sin probar (…) Esto no es una pandemia, es una plandemia (…) De momento tenemos más muertos con vacuna que sin vacuna”. Una “plandemia”, así calificó al problema mundial: un plan secreto, oscuro, de miedo. Y todavía tuvo energía para proponer la salida, una estupidez demostrada y aceptada en Suecia: “La solución es volver a la inmunidad colectiva”, o sea, a la pendejada de la inmunidad de rebaño.

El cierre del encuentro con periodistas fue magnífico:

Dice la conductora, en tono gentil: “Me dicen que no tenemos más tiempo para la rueda de prensa”, a lo cual vino la respuesta inmediata y sarcástica de la actriz: “No vaya a ser que hable”.

Era por el tiempo, no por sus declaraciones. Que hable, faltaba más. Total, ya antes se había echado la soga al cuello solita con una declaración enmarcable: “Y si tengo que pasar por conspiracionista, paso”.

La perdimos, ni hablar. Pero una sola vida cegada por el actual coronavirus, señora Abril, vale más que toda su obra. Infinitamente más.

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