Hasta el momento, el avance científico de Pfizer, laboratorio puntero en la vacuna para evitar el contagio de Covid-19, es lo mejor que le ha pasado al mundo. Ni siquiera los avances prodigiosos que ha hecho el emprendedor Elon Musk son equiparables. Una sustancia, pues, que nos permitirá la permanencia de este lado del telón antes de que al fin y al cabo todos terminemos desapareciendo de la escena.
Pero, ay, lector querido, estamos en una de las peores etapas de la administración pública federal que recordemos. Aquí, en este pueblo grande e infierno todavía más grande, todo se maneja de acuerdo a los tiempos electorales. Y estamos a meses de las elecciones de 2021. Lo cual quiere decir que de manera desesperada el Ejecutivo hará todo lo que pueda para subrayar la Presidencia y afianzar las Cámaras que le permiten hacer y sobre todo deshacer lo que había, más las gubernaturas y demás puestos que de los cargos de elección se desprenden.
Y esa elección depende de la ilusión de la vacuna, específicamente de la de Pfizer, que por una parte ha probado ser la más eficaz y segura, pero que por otra requiere para su traslado de la ultracongelación, una cadena de frío avanzada y muy útil en medicina, y que sorprende a la actual administración federal con la ropa interior a la altura de los talones.
El laboratorio y las empresas con las que trabaja en el extranjero han establecido, sin embargo, un protocolo que alienta la esperanza: garantizar la entrega ultracongelada de la sustancia en el punto de vacunación. Eso abre una ventana de no más de cinco días para aplicarse antes de que se convierta, digámoslo de forma llana, en calabaza.
Tan sólo recuerde, lector vacunizable, que el gobierno federal no supo y no quiso saber cómo adquirir, transportar y distribuir la vacuna anual que protege de la influenza. Y que si vamos al extremo de ese canalla y doloroso camino, una gran cantidad de medicamentos que estaban directamente prescritos para niños con cáncer, fueron robados y muy pronto aparecieron en los tianguis, desde luego a precios impagables. Medicamentos, que además, ya eran inservibles y tóxicos porque transportarlos y almacenarlos no es lo mismo que mantener a salvo unos Chocotorros.
Pero con la vacuna de Pfizer es distinto, porque el gobierno federal dio a conocer una especie de “plan maestro”, que recuerda mucho a los planes del Coyote para atrapar al Correcaminos: en el papel se ve bien, pero en la práctica, es mejor que lo sepamos desde ahora, no se cumplirá de ninguna de las maneras. Es, entonces, tan sólo un diseño con colorcitos para alentar el voto engañando una vez más al pueblote bueno. Ya con las boletas electorales en el bolsillo habrá una enorme cantidad de pretextos para no aplicar la vacuna porque sencillamente no la tendremos y entonces sobrevendrá una guerra por la salud que hasta ahora no hemos contemplado.
Sume a ese caos administrativo dos factores ineludibles. Uno, las pseudociencias, que tanto daño hacen ya y el que harán cuando no haya vacuna con tal de seguir engrosando sus cuentas bancarias. Y otro, extraño pero que será el jugador más fuerte: la prohibición de que, así sea con los ahorros familiares, la vacuna pueda adquirirse de forma particular. Si el responsable de una familia dejara de zumbarse una caguama al día por un par de mesecitos, le alcanzaría para cuatro vacunas. Pero, maldita sea, habrá que comprarlas perfectamente ultracongeladas en el mercado negro de alta gama a un precio altísimo.
O sea, lector, si le gusta respirar medite en la máxima militar latina “Si vis pacem, para bellum”: si busca la paz, prepárese para la más pinche y cruel guerra que se avecina.