El apocalipsis laico, que según vemos está a unos cuantos días de sucedernos, reserva un escenario parcialmente anunciado: los únicos que sobreviven son o los más fuertes y armados o los más astutos que han desarrollado el conocimiento para crear máquinas con inteligencia artificial y aliarse con ellas.

Hace quizá dos o tres décadas, un lapso breve, este futuro era posible pero aún especulativo. Hoy es un camino que de forma inexorable habremos de recorrer. Hay dos factores que hace escasos 30 años parecían un tanto remotos: la desaparición casi total de la capa de ozono y la interacción con dispositivos que mediante la programación adecuada fueran capaces de aprender de la naturaleza humana. En el mundo contemporáneo ninguna de esas dos variables es imaginaria sino parte de la existencia cotidiana.

Por eso Finch tiene tres protagonistas: Tom Hanks (el ingeniero Finch), Jeff (el robot desarrollado por él con la voz de Caleb Landry Jones) y el perrito de nombre Seamus, en el papel de Goodyear, compañero inicialmente de Finch y luego de ambos. Son ellos tres contra lo que reste en el mundo. Que si Goodyear podía robarse la cinta por su educada ternura, pues podría pero no. ¿Hanks, quizá, un poco repitiendo el papel de náufrago que habla con seres en principio inanimados? Tampoco porque precisa interactuar. Y entonces nos queda Jeff, el que con sus conocimientos enciclopédicos y fuerza extraordinaria tiene que sacar las papas del fuego de tanto en tanto. Pero Jeff depende, hasta donde fue programado, de la información que alcanzó a recibir y necesita, si sobrevive a las inclemencias de la vida, de los conocimientos de robótica y las herramientas de Finch. La única manera de que el pequeño equipo continúe en este mundo es que funcione la interrelación y la inteligencia propia de cada uno siempre en función del grupo.

La cinta, que dirige Miguel Sapochnik —True Detective, Masters of Sex, Altered carbon y Juego de tronos entre su experiencia al mando de varios episodios de esas renombradas series— tiene deudas con la literatura y la cultura popular. Las tres leyes de la robótica que hasta ahora conocemos y se respetan fueron creadas por Asimov, y Finch añade una más, por ejemplo. La perseverancia del ingeniero encierra una factura pendiente con el personaje de El marciano, de Andy Weir. Y en el extremo, la forma de expresarse con las manos de Jeff, proviene para más inri de un entrañable personaje extraterrestre, Alf.

La trama y el desarrollo de los acontecimientos que en apariencia son sencillos en realidad están avalados por las firmas de los coguionistas, Craig Lucke Ivor Powell —este último ni más ni menos que productor asociado de mitos de la pantalla: Los duelistas, Alien, el octavo pasajero o Blade Runner— que saben muy bien lo que hacen sin caer en el drama fácil ni en el chiste burdo. Incluso consiguen, gracias a la dialogación de la cinta, que las cinco o seis expresiones faciales que suele explotar Hanks se vean matizadas por el intercambio de ideas: recordemos que Jeff aprende a ser humano a la velocidad de la luz y que el buen Goodyear lleva en sí la carga genética evolutiva de millones de años.

Finch es una historia post-apocalíptica no sólo sobre la amistad y sus bondades, sino una real hoja de ruta de la especie humana. Hace poco pasamos ya el punto de no retorno. No hay regreso ni salida. Cuide usted de sí y de sus amigos. Y si en el futuro nos encontramos, así nos saludamos.

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