No hizo nada que fuera irrealizable. No hace nada sobrenatural. Tan sólo hace posible —en la cancha, contra rivales de primer orden y el público más demandante en la historia del deporte profesional contemporáneo— lo que antes de él ocurría sólo en la imaginación o en los videojuegos.

Y así, dos o hasta tres veces por semana. Sus triunfos, sus jugadas, sus goles a balón parado se volvieron costumbre. Y aquello de lo que se quejan los madridistas de peluchín en México es algo que no ha pasado nunca con el Real Madrid: Lionel Messi consiguió, con su desempeño, que el público aficionado al futbol —en nuestro país lo hay por millones— volteara a verlo primero a él, luego a los jugadores, de muy diferentes capacidades, que han sido sus compañeros de equipo, posteriormente a los entrenadores que han tenido la fortuna de dirigirlo y, finalmente, al club Barcelona en su totalidad. De eso se quejan y lloriquean los madridistas de a tres pesitos —los otros, los de cepa, sencillamente lo admiran y quisieran al mismo tiempo que le cayera un rayo—: de que Messi puso al futbol español en la mira directa de nuestro país. Y lo mismo ocurrió en muchos otros países donde se respeta al futbol de primera. Es entendible, pues, que los matraqueros tengan hoy ese mal comportamiento, indicativo inefable de esa penosa enfermedad secreta que es la envidia del talento ajeno.

Messi, lo sabemos, pasó años muy difíciles durante la etapa de desarrollo y fue sometido a tratamientos avanzados médicamente para subsanar las dificultades que le causaba un desajuste fisiológico. Y ganó. Se repuso. Seguramente hubo dolor en el proceso, pero, tal como lo hemos visto en la cancha cuando tiro por viaje lo patean, para empezar no se deja caer al suelo sino que continúa con su propia jugada en lo que recompone la figura; tampoco se queja ni le manotea al árbitro, y mucho menos se enfrasca en peleas pendencieras. Si la falta no es marcada, bien. Pero si la marcan, el equipo contrario sabe que viene una jugada o un tiro directo en los que Messi estará involucrado y muy probablemente haya un gol de por medio.

Un tipo, además, sin escándalos fuera de la cancha, con una vida familiar muy privada y muy tranquila. Si acaso, gente cercana que tiene relación con los dineros, ha procedido mal pero sin manchar el nombre de Messi. Ah, y para explicar su éxito, los bobos le han inventado todo tipo de síndromes. Pero, lástima, no es un genio porque esté enfermo ni viceversa.

Ahora tal vez se vaya del Barcelona. Y qué: es un hombre libre y le ha dado a la institución alegrías, goles, campeonatos y plata, muchísima plata. Y las puyas de los malos madridistas no se hacen esperar sin ver que quien fue su líder, Cristiano Ronaldo, es un correloncito, cazagoles, mamerto, hiperinflado, tóxico. Y que en cuanto pudo, decimos aquí en mi rancho, les pintó sus cremas. Tengan, para que se entretengan. Ja.

Messi, por el contrario, hizo posible lo que no se consideraba posible más que en teoría, volvió real lo que era irreal por complejo, por una técnica que es lo mismo talento, fuerza, tenacidad y magia.

Messi es el único prestidigitador del futbol que delante de los ojos de todos desaparece el balón entre los medios, los defensas y el portero, y lo hace aparecer en las redes contrarias, con unas jugadas que en cámara lenta permiten descubrir que el único truco es que no hay truco.

Messi es el rey del futbol contemporáneo.

Larga vida al rey y a su magia.

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