Si bien no era de ningún modo prudente que el titular del Ejecutivo adelantara quién va a ser su corcholata o corcholato para el cambio de gobierno federal en 2024, lo hizo como suele hacerlo todo: al aventón, improvisando sobre la marcha, sin escuchar a nadie sino a los diversos grupos de interés que representa y en los que de ninguna manera se incluye al famoso “pueblo bueno”. Y allá él, porque además de la guerra intestina al interior del gabinete y del torpedeo de algunos suspirantes enquistados en distintos poderes, se restó a sí mismo presencia y representatividad a largos tres años de abandonar el poder e irse a su hacienda.
No contó, además, justo por no oír a sus asesores —o los asesores por no decir ni pío y así, agachones, conservar el puesto hasta que se reviente la liga— con que las condiciones políticas y sociales que vivimos hoy y que se agudizarán en todos los terrenos para el 2024, son ya, en gran parte por su falta de gobernanza, radicalmente distintas a cuando él obtuvo la Presidencia con votos de quienes desearon ver en él algún tipo de cambio. Y dentro de esas condiciones están aquellos que no pertenecen o alcanzan a escapar a su menguado círculo.
A estas alturas del partido, cuando acaba de iniciar el segundo tiempo, apareció un jugador que no estaba contemplado para el encuentro. Propiamente, una jugadora, Mariana Rodríguez Cantú, quien acompañó y apoyó desde luego la candidatura de su esposo, el actual gobernador de Nuevo León, Samuel García. Desde luego, el proyecto de gobierno para ese estado es responsabilidad del señor García, quien apareció en la boleta. Lo que haga en su naciente administración en los rubros de salud, seguridad, infraestructura o generación de empleos será, bueno o malo, sólo atribuible a él.
Pero el abogado García no alcanzó a solas la gubernatura, sino que tuvo la enorme fortuna —en principio inesperada hasta para sí mismo— de contar con una pareja contemporánea, un poco más joven todavía que él y que hasta el momento ha consumado dos hechos constatables: primero, brindarle los poderosos reflectores que ella se había ganado desde antes como influencer —el término llegó para quedarse—, y, segundo, una vez en el poder, ser mediante de sus acciones, el lado más amable de la gubernatura.
Psicóloga de profesión y, hasta donde ha trascendido, pronto con una maestría en áreas administrativas, Mariana Rodríguez ha sabido cumplir con su papel en estos meses. Sus detractores, que han dado acuse de recibo del golpe político que ella representa ahora y para el 2024, hablan de un “enorme aparato publicitario” y de “genios de la comunicación” en su equipo, de maquiavelismo y casi de mi abuelita en bicicleta. Pero, lector querido, no hay en el mundo de la mercadotecnia genios ni equipos que logren convertir el agua en vino.
En las nuevas reglas de la política se incluyen en los primeros términos a las redes sociales. Los actos de la joven señora Rodríguez aparecen en ellas y funcionan porque resultan agradables. Hasta críticos recalcitrantes y muy razonables de todo cuanto en el mundo político hay, reconocen sus movimientos. Pasado mañana, día de los Reyes Magos, tendremos una prueba más de lo que aquí expongo. Y el día 7 veremos cómo se rasgan las vestiduras los corcholatos y corcholatas quienes nunca entendieron que en política pesa infinitamente más lo que se hace y se ve, que la abyección de guardar silencio cómplice ante los diarios y disparatados caprichos federales.