El miedo que ha despertado el doctor Hugo López-Gatell es exactamente un miedo político.
Toda la guerra bobalicona de los cubrebocas y las cifras que sí o que no son un camuflaje para atacarlo como la figura de enorme relevancia política en que se ha convertido sin buscarlo ni quererlo y, por lo que vemos, sin temerlo.
Vamos a ver. Cuando el señor Ebrard era el encargado de apagar a medias fuegos por aquí y por allá, eso que podemos llamar oposición se metía con él pero con reservas. No era cliente de ningún encono en particular. Muy probablemente los políticos profesionales, los que cobran por serlo, lo veían como un tipo razonable, tranquilo, con algunos muy buenos contactos dentro y fuera del país y nada más. No lo vislumbraban como un contendiente serio a futuro porque es muy distinto calzar de tanto en tanto en uniforme de bombero a generar empatía y respeto entre el electorado.
Pero, escribirían los cuentistas de hace algunos siglos, quiso el destino, que para nosotros es el azar, que surgiera el maldito coronavirus corregido y aumentado. Y ahí sí ni Ebrard ni nadie contaba con los estudios y los merecimientos laborales para enfrentarlo. Pudo ser el actual secretario de Salud, pero sus particulares razones tendría para fungir como coordinador del área y no como elemento operativo y mucho menos como vocero de la lucha contra la pandemia.
De modo que López-Gatell, al que ahora tachan de morenista (sin serlo) y que se había desempeñado cabalmente desde hace considerables años en el sector salud, apareció un día a cuadro y explicó ante qué bicho nos estábamos enfrentando. Y ahí, amigo lector, fue cuando el hada madrina de la eventualidad movió su varita y dirigió todas las cámaras y micrófonos hacia uno de los mejores médicos del país que, por fortuna, lo sabía todo de epidemiología.
La sorpresa, o para decirlo al itálico modo, el reverendo madrazo que su aparición pública representó fue memorable y tanto, que a sólo unos meses, sus efectos perduran y se agigantan.
Habituados a soportar la lentitud de habla del titular del Ejecutivo, a sus graves fallas en el conocimiento del idioma castellano, a sus muletillas insoportables y a sus collares florales, de la nada y ante un problema gravísimo estaba en una especie de cadena nacional un sujeto que no sólo articulaba ideas complejas una tras otra, sin guión, sino cuyo lenguaje era completamente distinto no sólo al de Obrador, sino al de cualquier integrante del gabinete, con una honrosísima excepción de otro activo desperdiciado, el ahora titular de Hacienda.
Además ofreció informar y responder con puntualidad, al corte de cada noche, la situación sanitaria del país en contra del coronavirus. Y lo cumplió no sólo con una puntualidad extraña en la clase política sino con enorme solvencia traducida en que adecuaba su natural habla médica a su audiencia: la que conforma todo mexicano interesado en no contagiarse o, llegado el caso, seguir con vida.
Dese luego, la alta responsabilidad que recayó en su figura, más la exposición a los medios, generó de golpe la total atención de sus compañeros de trabajo y también de quienes se volverían sus detractores. Médicamente no había cómo contradecirlo porque no hay ningún político de fuste con la preparación de Gatell. Ah, pero eso que llamamos actualmente oposición (dos partidos que fueron grandes en volumen, hoy ya destripados, más la chiquillería vociferante), comenzaron a verlo primero con suspicacia y en unas pocas semanas con verdadero terror. En López-Gatell había, al fin, un candidato presidencial de cuidado, lo quisiera él o no.
El miedo que despertó, sin embargo, tiene un fundamento nítido: si el doctor Gatell toma la vía de la política, entonces prácticamente estaría firmado el continuismo obradorista. Y le aseguro, lector votante, que luego de las espantosas pifias, ocurrencias y malas mañas del titular del Ejecutivo, ya casi nadie de los que votaron cándidamente por él desean que el morenismo siga en el poder. Aquí su escribidor, tampoco lo desea, dejémoslo por escrito.
Como políticamente no era viable pegarle a Gatell en tanto médico, sus ahora declarados enemigos más algunos periodistas que prefieren ignorar el resto del grueso informativo nacional dedican sus espacios a golpearlo con sus escasas armas. La guerrita de los cubrebocas es uno de los dos ejemplos. Los cubrebocas que detienen al minúsculo y escurridizo bicho son muy pocos, resultan muy caros y no hay modo de conseguirlos. Luego, las cifras a futuro que cautamente ofreció el doctor Gatell hicieron que grandes “matemáticos” fueran el apoyo para írsele a la yugular, sin considerar que en todo el mundo hay un subregistro de muertes por coronavirus y que la cifra final la conoceremos cuando esta crisis termine.
El miedo político a López-Gatell que ahora sufren todos los opositores y no pocos correligionarios es justificado, y desaparecerá si y sólo si el doctor se deslinda en el mediano plazo de Obrador y toma su propio camino, en cuyo caso, el terror que ahora les genera se convertirá a partes iguales (ay, ternuritas) en adulación y en llanto.