Ya era hora. Al fin don Federico Patán está en Material de Lectura, esa espléndida colección de antologías breves y sólidas que edita la UNAM. Ya lo estaba, en cierto y claro sentido, desde hace tiempo, mediante sus prólogos, notas o selección de textos en varios de los números de la amplia serie. Pero ahora es él mismo, personalmente en persona, con una prosa que evidencia su dominio del trabajo literario: elegante, con multiplicidad de registros, fiero y adictivo.
Una tercia de piezas narrativas conforman el volumen: Las tres íes, El paseo y Cenizas. Cierto, parece poco para un caballero de fina estampa que ha dedicado su vida a leer y compartir sus lecturas lo mismo mediante la crítica y el análisis maratónico de la obra de otros, que en la academia como catedrático. Así como pateando un bote, su obra personal abarca según el listado bibliográfico más reciente, 62 títulos, a los que hay que sumar 31 como coordinador, prologuista, antologador. Le digo, ahí nomás como pastoreando un gallo don Federico está a punto de llegar a la centena de volúmenes que por una u otra noble razón llevan su firma.
Dice de él la doctora Nair María Anaya Ferreira —en la nota introductoria a este Material de Lectura— que el dominio literario del maestro reside en “…la creación de atmósferas sugerentes pero inciertas, que más allá del suspenso, plasman los titubeos y las tensiones, los dilemas y los miedos de grupos o individuos envueltos en circunstancias fuera de su control. Es decir, la generación de ambientes opresivos no es una estrategia complementaria o superflua, sino que forma parte intrínseca de los acontecimientos de la trama”.
Personalmente diría, desde el respeto y cariño, que don Federico es un severo y sonriente demonio que de escribir y de leer lo sabe todo. Y añadiría que esas capacidades las ha puesto al servicio de su trabajo. Aquí están las pruebas.
Leamos un ejemplo de introspección, contenido en Las tres íes: “De espaldas al ventanuco, miré la cerrada llanura del muro frontero. Lo allí raspado con la punta de algún clavo. Raer contra el olvido: expediente sencillo. Basta la pura memoria: apelativos, maldiciones, pensamientos. El egocentrismo del nombre propio; la nostalgia del nombre femenino”.
De El paseo notemos el dominio del narrador omnisciente: “Ramón se arrepentía ya de su arranque, pero no tuvo tiempo de disculparse, pues don Pedro, como inconsciente de la grosería, le hablaba una vez más. Extraño modo de sonreír, comentó en su interior Ramón. El huésped se asía a su tema con obsesión de viejo: ‘No, no había viento. Es fácil recordarlo. Por ello pienso que ese movimiento de las ramas que a usted tanto le extrañó lo causé yo al pasar entre ellas. ¿Y si le digo que sí? Tal vez así me libre de él y pueda irme a dormir’. ‘¿Entonces fue usted quién movió esas ramas?’ Don Pedro pareció crecer de estatura al oír esa pregunta: ‘Sí, yo. O mejor, Teresa y yo’. Por primera ocasión una sorpresa profunda se clavó en Ramón”.
Y pasemos a Cenizas, cuyo arranque es de primera línea de fuego: “La habitación, a oscuras. Justo lo que tú odiabas, entre los abundantes odios de tu vida, La oscurecí yo porque necesitaba poder hablarte, ahora que estás aquí, por fin acompañándome. Es tu cuarto, lo sé, pero exactamente por ello quería que nuestra última plática se diera aquí, en tus territorios…”
Leer al maestro Federico Patán es un lujo, un placer y una obligación porque su labor escrita reanima el deseo de vivir. Vivir para leer. Leer para vivir más la vida.