El personaje llamado Don Vix es un rockstar de Twitter. Sabe de economía, de política, de historia, materias que ha estudiado, y también de futbol y de música, aunque en estos dos últimos rubros sus querencias puedan ser, digamos, peculiares. Reúne a diario y a toda hora una gran cantidad de coincidencias y no pocos desatinos de quienes lo siguen. Es ácido, certero, maledicente, y con vetas innegables de humor y hasta de ternura por la realidad que vivimos. Con todas las precauciones del caso para preservar su identidad, accede a la charla periodística.
—Hable de la construcción de su personaje, en tanto reflejo de la persona que lo habita.
—Este personaje diseñado para incomodar conciencias en redes sociales es, como toda creación literaria, una mezcla de lo que soy con lo que necesito ser para entregar el mensaje en forma útil. Donvix cree en el individuo; en la libertad, la diversidad, la solidaridad, el trabajo y la recreación; considera la voluntad personal como origen de todo acto útil, y al bien común como una amplia suma de bienes individuales. Fuera de sus ideas y algunos rasgos personales publicados, Donvix es lo que cada lector quiere que sea. Desde el nombre, que no tiene significado propio, permite que cada quien lo entienda y encuadre como prefiera; eso me da amplios recursos discursivos al momento de publicar ideas, y centra la discusión en ellas.
—Pero además de la red social, usted hace radio y al lado de gente informada tiene también una buena audiencia en el podcast de Política Naconal. Es un medio muy distinto y sin embargo también consiguió que lo valoraran, ¿a qué lo atribuye?
—A tres factores: a que los individuos gozamos ahora de mucho tiempo libre, así que estamos muy dispuestos a otorgarle una oportunidad a alguien para que nos cuente algo; luego, al sano morbo: en el afán de corroborar nuestras suposiciones, la oportunidad de conocer algo, en este caso la voz, sobre un personaje que suele ser opaco, es apreciada; finalmente atribuyo la fidelidad de la audiencia a que alguna parte del discurso le resulta no sólo atractiva sino útil; lo atractivo abre puertas, pero es lo útil lo que nos mantiene en la misma habitación.
—Además de las ventajas de la virtualidad de quienes lo siguen, mantiene un buen diálogo, por ejemplo, con personas concretas y respetadas en su ámbito: Macario Schettino, Pablo Majluf, Arne aus den Ruthen, Óscar Chavira.
—Son todos ellos, como tantos otros que me honran con su interlocución, mexicanos brillantes y divertidos. Individuos generosos capaces de ver, con tiempo para advertir, y voluntad para aportar sobre lo que consideran relevante. Son un buen ejemplo de Ciudadanos con mayúscula.
—Se desplomó el crecimiento, se disparó la violencia, se militarizó al país, desaparece la división de poderes y nos devora la pandemia. ¿Sálvese quien pueda?
—No. No todavía y quizá nunca, pues en un mundo tan vinculado, difícilmente se puede salvar uno sin pensar en el otro. El panorama en México es tétrico por donde se mire, y empeora al notar que tal situación es por diseño y no por mera torpeza, pero no imagino reto alguno que 100 millones de individuos coordinados no puedan superar: hay que trabajar en ello.
—Sus planteamientos son entendiblemente subidos de tono. ¿Ha llegado a albergar algún temor de represalias?
—No. México todavía es una democracia, imperfecta pero funcional, y en un sistema así la crítica es inherente al poder: si éste es un cuerpo de agua, la necesaria crítica es el cauce que le da forma, lo hace correr y ser útil. Además, nada en mi discurso supone una amenaza real para grupo alguno, así que no me siento en riesgo.
—Reconozco su valentía, pero, si me permite, ¿Selena, el América? Don Vix, gobiérnese, le suplico.
—Las querencias derivan de nociones: el triunfo me gusta, pero si se consigue con los momios en contra, provocando cejas alzadas, me gusta más. En ese sentido, el jersey amarillo y el traje púrpura son símbolos de muy grato éxito.