Cuando basta seguir la lógica de los acontecimientos, no hace falta tomar partido: el Presidente, en uno más de sus caprichos se inventó lo del trenecito maya (cuya utilidad es nula) y ello, sin ningún estudio previo y pasándose todas las normativas por el forro, dio inicio a una deforestación salvaje en el sureste mexicano. Los hechos, de por sí equívocos, se torcieron más cuando el trazo del maldito tren tuvo que ser cambiado pero el daño a la flora y fauna de la región ya estaba hecho. La versión oficial se decantó por el engaño más barato: los árboles talados se trasplantarían a otras áreas. Nada más delirante.
Era de esperarse que quienes entienden de ciencias relacionadas con el medio ambiente dieran opiniones en contra desde que se echó a andar el proyecto inicial. Y, ante la insistencia del gobierno federal de seguir con el capricho, un grupo de ambientalistas se organizó con sus propios medios para realizar una sencilla propuesta: alto a la destrucción. El mensaje era directo y mínimos los recursos con los que fue realizado.
Naturalmente, para que un mensaje de tal importancia llegara a una audiencia amplia y el posible receptor del mensaje brindara la atención necesaria, fueron invitados personajes del mundo del espectáculo (algunos, incluso, que en el pasado fueron partidarios en público del entonces candidato López Obrador). Y aquí aparece Eugenio Derbez, quizá el más destacado internacionalmente de quienes aparecen en el mensaje. Ahí, con Derbez, estaba el peligro político para la imagen del Presidente: Eugenio, así sea con cintas que podrían haber sido más cuidadas, es la voz de un mexicano que se reconoce y escucha no sólo en territorio nacional sino en el centro económico de la cinematografía occidental, Estados Unidos.
El Presidente, sin medir las consecuencias de sus dichos, se lanzó contra del mensaje y los mensajeros: puso sobre ellos la sombra de un titiritero que los manejaba y se atrevió a insinuar que o los participantes eran cortos de pensamiento o de plano habían cobrado una plata por el video.
Eugenio Derbez no suele meterse en asuntos de orden político ni en su trabajo como actor ni en declaraciones a los medios. No lo precisa, no es su estilo y bastante ocupado está con su trabajo que implica un proyecto tras otro desde hace décadas. Y ya que de verdad ha trabajado por hacerse un espacio, era prácticamente imposible que callara ante las ofensivas sugerencias del Presidente: o Derbez era bobo o recibía dinero a saber de dónde y de quién.
La respuesta, tomando en cuenta la trayectoria pacífica en términos políticos del actor, fue del tamaño de la ofensa. Y quizá se quedó corto, pero por lo pronto le soltó un par de verdades que retumbaron en las paredes de Palacio Nacional: que él no recibía dinero en sobres amarillos y que además no necesitaba recibir dinero por debajo de la mesa porque para eso trabajaba, como es manifiesto.
Todo pudo haber quedado ahí. Pero vino la entrega del Óscar y junto con el elenco del que formó parte, Derbez se llevó el Óscar por la cinta CODA, dirigida por Sian Heder. López Obrador suele montarse en cuanto logro individual consigue un mexicano en el extranjero, y felicita a los ganadores como si tuviera algo que ver con sus logros. El Presidente no lo felicitó, ni falta que le hace a Derbez. Pero el mejor zape que sin buscarlo pudo haberle dado el comediante al político, el ya clásico “Córtale, mi chavo” fue ganar un Óscar y hacerlo con su labor, que por cierto no incluye sobres amarillos.