La desgracia une tanto o más que los lazos de sangre. Y si a ella sumamos la lealtad entre una pareja, aquello se vuelve un tren de carga a toda potencia, bien conducido y mortal porque una vez puesto en marcha no cuenta con freno de ninguna especie.

Uno de nosotros, la más reciente película del también guionista Thomas Bezucha, versa, como puede intuirse, sobre una peculiar forma de impartir justicia: un sheriff retirado pero en perfecto uso de sus facultades, en la persona de Kevin Costner, una mujer cuya fortaleza y decisión resultan incombustibles, hecha realidad por la bendita Diane Lane, más un problema familiar en un poblado rural norteamericano de mitad del siglo XX, bastan y sobran.

Sin spoilers, por si usted está apenas por verla, sustituyamos la palabra karma (ese ensueño que sirve de consuelo para tantos) por la de venganza instantánea, en días, en horas, en minutos casi. Y digamos también que en muchas ocasiones, y este es el problema, cobrar una deuda reciente o antigua implica doblar la apuesta y pagar el precio. Y ahí, justo ahí, está todo el significado de la obra que pasa sin problema a la pantalla desde su origen, la novela Let him go, del cuidadosamente prolijo escritor norteamericano Larry Watson.

El contenido de la trama se adecua puede decirse que con facilidad a la narrativa cinematográfica. Bezucha, no está de más insistir en que también escribe, entendió que lo que se cuenta en la novela de Watson precisaba de la mayor economía de cortes, planos y efectos especiales. La tragedia que va envolviendo sin remedio a los personajes, los pacíficos y los de muy mala leche, parte de un hecho cotidiano: el fallecimiento de un hijo de la pareja cuya esposa decide contraer segundas nupcias e irse a una pretendida existencia mejor llevando a cuestas al único nieto de la familia.

Si eso fuera todo, no habría conflicto alguno, pero al poco sabremos que tanto la joven vuelta a casar como su pequeño hijo son presas de una canalla violencia familiar que ejerce quien hace de padrastro. Diríamos que ese tipo de hechos ocurren, que son casi predecibles y que tienen remedio. Bueno, sí, lo tienen, pero siempre y cuando todas las partes estén de acuerdo. Y, en la obra del escritor y en la cinta los únicos que están de acuerdo son Lane y Costner, los Blackledge, mientras que del otro lado hay una pinta de hijos de puta comandados por el demonio mismo, una madre manipuladora, castrante, con enorme rencor por la felicidad ajena y que logra hacerse odiar pese a que la interpreta Lesley Manville, una actriz que sin problema alguno podría representar a un ángel ante cuya presencia no quedaría sino poner una rodilla en tierra.

Desde luego, la “culpa” de todo la tiene el talento de Larry Watson, maduro autor de una decena de novelas que por ahora sólo pueden leerse en su idioma original. Y es él quien formula primero una pregunta desde el inicio de la obra: ¿hasta dónde sería usted capaz de llegar por el amor a su pareja?, ¿a matar, quizá? Digamos que tal vez, pero el maldito Watson plantea una segunda interrogante: ¿y si la vida le alcanza únicamente para emparejar el marcador pero no para estar presente en la victoria o en la derrota final?

Uno de nosotros hará, por fuerza, no que cambie la conducta del espectador, pero sí que reflexione en alguna vivencia personal, que alguna habrá. Uno de nosotros es una tragedia agridulce, así que un momento antes de verla ármese de valor para responder a las dos ineludibles preguntas que plantea.