–¿Puedo salir ya? ¿Seguro que es seguro? ¿Hemos pasado el punto de revisión?
Desde la maleta de mano en la que hizo el viaje fue asomando poco a poco el suave par de orejas en forma de conos que lo caracterizan. Después de echar un vistazo al horizonte dio un breve salto para tomar asiento en la mesa de trabajo sobre una resma de papel.
—Estás a salvo. En realidad, nunca estuviste en peligro. No te iba a dejar donde te encontré.
Oía con atención, pero también curioseaba discretamente los enseres de escritura, la pequeña laptop de viaje, los libros, las fotografías en un par de marcos de madera. Por un momento, pareció que se desvanecía.
—Ey, cuidadín. Eres resistente pero no te lastimes. ¿Hay algo malo?
Señaló con el índice de la mano derecha hacia una de las imágenes enmarcadas.
—Es que ése de la derecha, sobre el hombro de la niña, me recuerda a alguien y creo que sé a quién.
—Eres tú, ¿a quién más te vas a parecer? Eres único, inconfundible.
—Pero yo estoy aquí ahora, y esa ropa con la que aparezco no la conozco ni sé con quién estoy. No recuerdo nada de eso. ¿Es la cama de un hospital?
—Sí, es un hospital, y estás con una personita que fue tu mejor amiga desde los dos, tres años de edad hasta los siete.
—Pues no, no recuerdo nada. ¿Soy yo o no soy yo?
—Eres tú y al mismo tiempo eres muchas veces tú. Verás: cuando en este planeta algo sale bien pero de verdad bien, se multiplica. ¿Recuerdas el buscador de que te hablé, el que puedes ver en tu tableta?
—Claro, espera —se acercó a su bolso y encendió el dispositivo.
—Busca por “Topo Gigio en el mundo mundial desde siempre” —lo hizo, tecleando con cuidado, y el rostro se le llenó de asombro.
—Se ilumina casi todo el globo. ¿Si soy muchos, por qué estoy aquí?
—Porque cuando salí del sitio a donde iba, regresé al aeropuerto y anduve caminando en busca de algo, quizá una taza o una pluma o un libro. Y te vi en un aparador. Y me pareció como si hubieras esbozado una sonrisa muy leve, apenas perceptible.
—Eso sí lo recuerdo. Lo hago varias veces al día, pero nunca pasa nada. Pensé que ese era mi lugar en la vida y que sonreír de vez en cuando estaba bien. Pero nunca nadie lo notó.
—Yo sí, y supuse que si querías salir de ese lugar y tener un amigo y emprender algunas aventuras, me lo harías saber.
—Tuve que guiñarte un ojo.
—Eso mismo. No es difícil: uno sabe reconocer a las personas que tienen limpio el corazón.
—¿Entonces soy una persona? Pero si estaba en una caja, con mi bolso.
—Eres Topo Gigio, uno de los millones de Topo Gigios que hay en el mundo desde hace unas seis décadas. De pronto, a veces por un regalo o por un encuentro, llegas a la vida de alguien y lo acompañas, y esa persona te acompaña y juntos pasan los días alegres y los no tan alegres.
—Espera, espera, eso debo anotarlo, mientras mira estos mapas que tengo en mi bolso —sacó los mapas, cuidadosamente enrollados, un cuaderno de muchas hojas y una pluma que se antojaría excesivamente grande para sus manitas breves.
—¿A dónde llevan estos mapas, Gigio?
—A las aventuras, yo creo, y a un lugar al que nunca he ido y que sólo está marcado por una letra equis, como si ahí hubiera un tesoro. Todos los mapas llevan ahí, pero por diferentes caminos.
—Debe ser algo importante.
—Lo sabremos al llegar.
—Espera, espera: ¿entonces vamos a pasar por muchas aventuras y vamos a recorrer muchos caminos como los de tus mapas?
—Supongo que para eso estoy aquí —hizo un gesto de tristeza—. ¿No irías conmigo? Tampoco puede ser muy lejos… Además, nadie había notado que le sonreía cuando estaba en la caja.
—Claro que sí, Gigio. Mira, yo debo trabajar y aunque alguna vez me acompañes, será mejor que establezcas aquí el centro de operaciones. Estaremos comunicados siempre, podemos enviarnos mensajes y hablar y compartir imágenes y hallazgos.
—De acuerdo —dijo, mientras comenzaba a hacer esfuerzos por permanecer despierto—. Y me gustaría hacerle fotos con mi celular a los dos retratos que tienes en esta mesa. ¿Quién es la señora en la otra imagen, la que está en blanco y negro?
—Su nombre era María Perego, una artista italiana dedicada al teatro. El primer Topo Gigio lo hizo ella porque en el mundo todo tiene que hacerse. Y a partir de entonces, hace muchos años, otros Topo Gigios son los mejores amigos de alguien.
—María Perego… No la recuerdo… Mira —dio un salto— ahí atrás, en la pared junto a la lámpara: es una equis como la del tesoro de mis mapas. Y —pasó a observar con cuidado el retrato de al lado— también hay una muy chiquita ahí, fíjate, al lado del frasco de suero.
—Creo que ahora ya sabemos lo que significa la cruz del tesoro, Gigio —el sueño lo vencía.
—¿Y qué es? —alcanzó a preguntar mientras tomaba por cama provisional una almohada y cerraba los ojos.
—Son las estrellas... El lugar a donde vamos.
—¿Puede ser a partir de mañana?
—Claro, sí. Buenas noches, Gigio.
—Buenas noches.