Pongámoslo fácil: a su lado, la morfina en vena es un juego de niños.
Y no es ilegal.
Y no cuesta.
Sólo hay que entenderlo y sabérselo administrar.
Calma.
El denominado efecto ASMR (algo así como Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma, por sus siglas en inglés) es una de las experiencias estéticas y sensoriales que rebasan con facilidad el orgasmo, la “pequeña muerte” del lugar común, y tanto varones como mujeres pueden disfrutarlo por tanto tiempo como les sea posible.
Es el Nirvana, tal cual.
Y por eso resulta tan poco entendible que no se hayan realizado estudios más amplios de los existentes al respecto. La descripción del hecho —no es posible decir “del fenómeno”, porque no es una anomalía—, en breve, consiste en dos partes: a) la sensorial: un hormigueo que rodea la parte posterior de la cabeza, casi de oreja a oreja y que en ocasiones excepcionales se extiende un poco hacia arriba, quizá un centímetro; y b) la repuesta verbal del cerebro ante tal embate de placer: en todas las personas que consiguen obtenerlo es que sólo se alcanzan a verbalizar en el pensamiento tres palabras a lo mucho, y que por lo general son: “que no se acabe”. Y luego de pensarlas —no de manera consciente sino como una respuesta directa y usual a tal éxtasis— es fácil desear que ojalá no hubiera nada más en el mundo que esa sensación y, de nuevo, con enorme suavidad: “que no se acabe”.
El ASMR, por su lado, no puede ser más inocente. Por ejemplo, hasta hace unos pocos años, y hoy todavía en sitios que conservan la tradición, el cabello se cortaba en las peluquerías y salones de belleza —sí, antes de la aparición de las “estéticas” y demás bobadas— a tijera. No había música, con lo cual ese posible distractor quedaba eliminado. Es verdad que aparecía, y era de agradecerse, la charla del peluquero en caso, que duraba quizá la mitad del corte, lo cual permitía que durante el tiempo restante, se generara el bendito ASMR. ¿Tan sólo el sonido del clip-clip-clip de las tijeras lo provocaba? En principio, sí, y justo por eso hoy entre los videos y audios de ASMR más exitosos están los de corte de cabello, seguidos por los de “masajes relajantes” —sólo que aquí la función no es relajar sino subirse en un cohete al paraíso— y, vaya curiosidades de la respuesta cerebral, por los de “consulta médica” y aquellos dedicados a “vender” variedades de un mismo objeto por lo general muy sencillo como plumas desechables.
Pero hay un elemento extra: el efecto no sólo está relacionado con un sonido mecánico (las tijeras, el abrir y cerrar botecitos de plástico, hacer tap-tap-tap con los dedos sobre una superficie de cartón) o con una actividad como las mencionadas, sino que el mensaje ha de ser emitido en voz muy baja, como si una persona le hablara a otra al oído.
El orgasmo cerebral —permítame el querido lector emplear el término porque es quizá lo más parecido a la sensación— resulta, platicado por escrito, un tanto lejano o hasta extraño, pero es de lo más común. Vamos, una de las técnicas que se emplean en la seducción de una pareja potencial es hablar al oído, susurrar, decirlo todo muy bajito y durante varios minutos: llega muy pronto un momento en que el discurso deja de tener importancia y la receptora (o receptor, según) se abandona al murmullo que por cierto nada tiene que ver con la calidez de la respiración ni con la cercanía de la persona que lo auspicia porque con la misma facilidad se encuentra el efecto empleando unos audífonos de los que se consiguen en la tienda de la esquina.
En el mundo del ASMR hay verdaderas estrellas que muy probablemente logren vivir de su producción de videos y audios que se consiguen en un instante en YouTube: monetizar el placer siempre será un negocio redondo, aunque para el caso el usuario no tiene que pagar nada: es como escuchar una pieza musical en el mismo sistema: quizá aparezca por ahí una marca comercial de productos relacionados con la música, pero basta ignorarlos.
Desde luego, hay “suscripciones” a canales de YouTube en los cuales la estrella en caso tiene quizá una decena de trabajos, y no suele rebasarse esa cifra porque para el consumidor final, el que recibe el orgasmo que no se parece a nada, de esas 10 posibilidades sólo le funcionarán dos o quizá una, eso sí, a cada quien una distinta. También, como cabría esperar, hay ASMR dedicados a escenas auditivas estrictamente sexuales con lenguaje explícito. Pero, “lás-ti-ma-Mar-ga-ri-to”, el ASMR es tan potente, tan eficaz y tan lleno de colores que rebasa con absoluta facilidad cualquier temática que implique sexualidad: quien lo experimenta verá de inmediato que el contenido sexualizado del mensaje anula por completo la posibilidad de entrar a la peculiar dimensión buscada.
Y ya que no se necesita poseer ninguna configuración singular del sistema nervioso central para acceder a ese recinto de placer puro, en principio todos tenemos la llave de entrada. Para acabarla, el ASMR no crea adicción porque el cuerpo simplemente no lo pide.
Si ya nos llevaron al baile con un “crecimiento” del 0.0, le aseguro que nadie, pero nadie, nos puede quitar la felicidad interna.