Si hay una variante de la profesión periodística que la mitad de lectores —o televidentes o escuchas— ven con recelo y la otra con agradecimiento es la de crítico literario. Suele ser, malamente, un área a donde envían, luego de mandarlos por los cafés cotidianos, a quienes aspiran a forjarse un nombre, y de ahí la natural desconfianza de quienes no los toman en serio: no habría por qué, después de todo son principiantes sin especialidad alguna a quienes en los medios encargan una labor que nadie (o casi nadie) quiere. Se sorprendería el querido lector si supiera cómo al interior de algunas empresas periodísticas de cualquier tipo la enorme cantidad de libros que envían las casas editoriales no se ven como lo que son, material de lectura, sino como objetos que si son bien tratados —sea su contenido extraordinario o deleznable— reportarán no sólo más libros de tal o cual sello, sino publicidad, esto es, plata.
Pero hay otros críticos literarios, aquellos que han sido periodistas de siempre, a quienes el lector sigue —como hace aquí el escribidor con varios, muy pocos, es verdad—. Gente que entiende el trabajo que lleva escribir un libro y que no recibe recompensa alguna por dejar en claro los aciertos y los fallos de un escrito literario. Profesionales que se pagan los libros de los que han de hablar y a quienes ninguna editorial puede presionar para verse favorecida. A esos críticos, de verdad escasos, es a los que seguimos y de los que tomamos referencia seria, si bien la lectura que cada uno hace bajo su manto es la que le viene en gana.
Y ahí se encuentra el escritor Antonio Martínez Asensio, para empezar, filólogo —casi nada—, formado en la Universidad Autónoma de Madrid; autor lo mismo de la novela que tituló En soledad, ruda desde su temática y tan desoladora como luminosa conforme se avanza en ella, y de un libro con el singular nombre de ¡Mi mujer está embarazada!, que con gran sentido del humor pero también del humanismo contemporáneo va desmenuzando mitos y realidades de lo que conlleva ser padre en el mundo actual desde la perspectiva del varón y que trata, con ello, de emparejar un poco el marcador entre los cientos de títulos que hablan de cómo ser madre sin morir en el intento.
Asensio —madrileño del año de gracia de 1964— es todo lo que se guste menos un improvisado en los medios: lo mismo ha llevado la camiseta de Canal +, que la de Tele 5, la de TVE o, justo ahora, la de Cadena Ser, uno de los grandes fichajes de la empresa española. Ha creado y producido a lo largo de su trayectoria una decena de programas cuyo contenido es desde luego la literatura y que ahora lleva por muy buen camino la primera temporada de su nueva creación, el programa Un libro, una hora.
La idea de invitar a la lectura a través de los medios electrónicos ha tenido en castellano algunos ejemplos dignos de memoria. En México, el periodista Severo Mirón —más allá de los motivos de su deceso— mantuvo un programa —Platícame un libro— que, según estimaciones serias, consiguió llegar a 10 mil reseñas literarias que en realidad eran apretados resúmenes de tantas obras como pudo leer. A la luz de la crítica actual, lo que hizo Mirón fue titánico en número, pero ligero en contenido, aunque es seguro que a tanto insistir década tras década con su personal idea de la promoción de la lectura, habrá cosechado una gran cantidad de lectores que escuchaban su trabajo, del cual por cierto todavía existe registro y puede consultarse en línea una parte sustantiva.
Y desde luego tenemos a las leyendas de la promoción lectora que sin necesidad de envolverse en esa bandera han generado más asiduos a la lectura que muchas escuelas juntas. Mencionemos a dos de ellos, ambos a su modo magos de la palabra: Juan José Arreola y Ricardo Garibay. Nadie que se acercó o se acerca a su trabajo cuando hablan de libros —y difícilmente sus programas versaban sobre otros temas, salvo los adyacentes— sale indemne. Pero, bueno, ese par, cada uno por su lado y a su estilo, son estrellas inalcanzables de las que sólo resta abrevar de su múltiple luz.
Martínez Asensio, por su lado, crea Un libro, una hora, cuya transmisión no rebasa en efecto ese límite temporal y se permite jugar con tres tipos de contenido para que el escucha del podcast —de ahí la enorme ventaja tecnológica y no sólo la producción de Cadena Ser— se vea motivado o a quedarse con lo dicho de un libro, o francamente a leerlo. Desde luego, con el oficio de Asensio y el formato que diseñó, es casi inevitable leer o releer los textos que propone: más o menos a partes iguales, ofrece un contexto del libro en caso, fragmentos representativos del mismo, leídos por un locutor profesional y opiniones sobre los hechos que van conformando la obra. Esos son los tres tipos de contenido con los que, decimos, juega, y va armando sin que se note que el tiempo pasa, un mundo que no es sino un libro, sus personajes y su época.
Con enorme respeto, lector querido, le encomiendo que escuche Un libro, una hora, programa/podcast que además de ser libre de cargo monetario, lo va a llevar, literalmente de las orejas, a los libros. Y se lo va a agradecer a Antonio Martínez Asensio, como se lo agradezco personalmente yo, a la distancia.