Para Alma Muñoz, con afecto y respeto
–No te hagas, tú eres Miguel Ángel —le dije una vez, en corto, al buen Toño Helguera. Lo pensó un momento. No era broma. Íbamos en el traqueteante elevador del edificio que entonces ocupaba el diario para el que ambos trabajábamos, en Balderas. Después de todo no era una pregunta y no esperaba respuesta. Pero llegado el momento en que se abrieron las puertas en el piso que le correspondía, se volvió para decirme, tranquilo pero sonriente:
—No mames, güey.
En realidad lo pensaba, y lo pienso. Lo vi muchas veces en su mesa de dibujo a la cual de vez en cuando me asomaba justo para entender el proceso no del humor o de la crítica, sino el acto de dibujar como quien respira o bebe agua. Vi muchos bocetos impecables y admiré el trazo del entintado final.
Aquello de que era Miguel Ángel se lo volví a decir en al menos dos ocasiones, en público y en horas laborales. La respuesta fue básicamente la misma por parte de Toño con remates de frase dignos de La Hija de los Apaches en su edad de oro. Hasta que alguna vez, con más tiempo, le pregunté por su obra personal. Era una pregunta sencilla que se entreveraba con los usuales comentarios de futbol, de café, de música, de cualquier aspecto de la vida cotidiana del momento. Respondió sin reírse:
—¿Obra, aparte?, ¿cuadros y eso? Pero a qué horas, si me la paso todo el día haciendo monitos.
Era entendible: había que vivir. Por una parte es verdad que ambos contábamos con 25 años menos, pero él ya tenía el trazo limpio, delicado, sutil, eficaz, de la escuela de Miguel Ángel. Y vivía de su trabajo diario, cartonista de opinión al fin. Ya no volví a preguntarle más al respecto ni a incomodarlo con la comparación.
Más allá de lo que todos vemos en un diario, me refiero al medio impreso o electrónico, lo que se conforma ahí dentro son familias muy numerosas tal cual las podemos apreciar en el “mundo real”. Sí, se habla de periodismo, pero no nada más. Cada quien tiene intereses personales, búsquedas, interrogantes, filias y fobias. Y de eso se habla mucho dentro de una redacción. En las otras horas no porque eso que llamo familia no está reunida sino que hace la otra parte de su labor, salir por información y, de paso, eso que llamamos vivir. Y matizo que la familiaridad en una redacción, por amplia y por llena de personas trabajadoras que esté, no es por necesidad siempre cordial.
Con Toño, es bueno decirlo, ni en el tiempo compartido en un mismo diario, ni después, hablamos nunca de asuntos políticos. Lo político se quedaba en el impreso o en el éter cibernético y ya. Él tenía sus afinidades y sus distancias, como cualquiera. De su apego y coincidencia con el régimen actual el propio Helguera se encargó de fijar postura públicamente.
Nos quedamos a deber un par de libros. Él me iba a ilustrar, hace quizá década y media, una serie de libros con entrevistas que a mí y a cierta editorial nos pareció que debían conservarse en ese formato. Y hace poco menos tiempo se encargaría de los dibujos de un serial para primeros lectores que entonces estaba entre mis planes.
Fue un tipo generoso y burlón y solidario y bromista hasta casi la tarjeta roja. O sea, lo que se dice un amigo.
Y de ninguna manera cierro esta especie de despedida sin decir que si el proyecto del actual titular del Ejecutivo es separar a las familias y dividir maniqueamente al país, le recuerdo a quien quiera leerlo que la amistad no se mide por sexenios.