A pesar de todos los pesares y la problemática generalizada por el coronavirus, este mes ha de estrenarse la temporada número 18 de Anatomía de Grey, no sólo una de las más longevas en la época contemporánea sino de las más valoradas tanto en su país de origen como de aquellos a los que alcanza.
A diferencia de las producciones mexicanas (tanto seriadas como programas de ficción en general), Grey enfocó la concluida entrega 17 enteramente a indagar la problemática del Covid: qué demonios estaba ocurriendo, determinar al bicho, combatirlo sin armas (porque tanto en el momento de la grabación como en el que empezó a transmitirse no había vacunas) y sufrir las consecuentes bajas que esa especie de guerra iba dejando a su paso.
La serie es un ejemplo tanto de la pelea por la audiencia, axiomática y plausible, como de una crítica muy marcada respecto de qué población era la más afectada. En México, lo sabemos, aunque el coronavirus no distinga para atacar a personas de ingresos económicos dispares, lo cierto es que la atención privada para quién puede pagarla es sustancialmente mejor que para el resto de nosotros: tan sólo con la capacidad de tener oxígeno medicinal, ventiladores y personal capaz de operarlos más algunos medicamentos auxiliares, pueden hacer la diferencia entre sobrevivir o no. Y en EUA, donde se realiza Anatomía de Grey, esa diferencia estaba clarísimamente marcada: la población más pobre, en su mayoría lo que entendemos como afroamericanos, tenían mucho menos oportunidades de cruzar a salvo ese puente.
Lejos de ocultarlo —una proporción muy alta del equipo médico que trabaja en el Grey Sloan Memorial Hospital es de ascendencia afroamericana, los dueños incluidos—, la serie que refleja al inicio el desconcierto mundial ante la pandemia se inclina muy pronto a reconocer que ante el contagio no todos los ciudadanos son iguales.
Lejos de andarse con cuentos y pese a que la institución ficticia representa a cualesquiera de los mejores hospitales de América del Norte —entendamos por ello que al igual que avanzados sumamente costosos—, la narración de los hechos se politiza en el mejor de los sentidos: hace visible a la población que en los primeros momentos del contagio se percibía invisibilizada y por ello más vulnerable. Y, sin embargo, Anatomía de Grey no pierde en ningún momento su esencia: las pasiones, los “arrebatos de la carne” y los problemas de la vida cotidiana —señaladamente con esa especie de respuesta innata del ser humano por procrear justo en épocas en que tan sólo pensarlo es complejo— están ahí. Aunque todo, no sólo el ejercicio de la medicina sino las relaciones interpersonales de quienes habitan en la serie, se verá teñido por el Covid porque no podía ser de otra forma. Bueno, sí se habría podido como ocurrió con otro serial médico como The good doctor, pero los productores decidieron, con gran acierto, sumergirse en la problemática.
Haber visto la temporada 17 de Anatomía de Grey y no los nacionales “martes de la salud” que se han convertido en un desmadre, habría salvado muchas vidas y evitado una gran cantidad de contagios. Grey, con responsabilidad y sin variar la existencia de sus personajes, dio cátedra de cómo enfrentar la pandemia. Justo por eso, véala en cuanto tenga oportunidad y espere ya sólo unos días a que dé inicio la número 18, este mes, cuya primer entrega titulada Here comes the sun —homónima de la pieza del célebre álbum Abbey Road— seguramente traerá un poco de consuelo.