Estudiar la licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México fue una decisión muy temprana, incuestionable. Estudiar Derecho, algo similar. El primer día en la Facultad de Derecho fue el inicio de los mejores años de mi vida académica. Al regresar a casa después de tomar clases en el Auditorio Ius Semper Loquitur, llamé por teléfono a mi padre, Héctor Azar —egresado de la misma Facultad y fundador del Centro Universitario de Teatro, de la Compañía Teatro Universitario y del Foro Isabelino de la UNAM—, y le dije: “Tuve un gran día”.

Transcurrieron cinco años de experiencias perennes y amistades entrañables; de clases gloriosas y discusiones acaloradas en la famosa explanada. La Facultad de Derecho se ha convertido en un lugar especial para ver pasar la vida política y económica del país. Recuerdo que fue saliendo de clases cuando me enteré de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu; también enfrenté intentos fallidos de paros y huelgas por personajes que hoy ocupan curules de nuestro Congreso. En una ocasión tuve una discusión interesante con uno de ellos: mientras él nos pedía que paráramos clases, yo me oponía; mi procedencia de una preparatoria privada le fue suficiente para descartar mi argumento; mis compañeros, en cambio, me ayudaban a mantenerme de pie en un peldaño para hacerme escuchar. No olvidaré nunca la voz de la mayoría gritando: “Derecho no parará”.

La Semana Cultural de la Facultad de Derecho fue otro gran momento de mis años ahí. De la mano de mis compañeros me aventuré a llevar obras de teatro, piezas musicales y exposiciones a las áreas comunes de la Facultad. La UNAM siempre se ha mostrado abierta a albergar estas experiencias y a favorecer el intercambio de ideas, tendencias y manifestaciones artísticas. Así es también mi Facultad, una casa que da la bienvenida al libre pensamiento y la libre expresión.

Obtuve mi título de licenciada en Derecho en 1996 y, poco después, empecé a dar clases en la Facultad. Así llegué hasta enfrentar la huelga estudiantil 1999-2000, en la que nos vimos forzados a dar clases extramuros. Yo tenía en ese entonces el lugar perfecto para ello: el Espacio C del Centro de Arte Dramático A. C. (CADAC), en Coyoacán. ¿Qué mejor lugar para explicar el desarrollo de un procedimiento arbitral y la teatralidad de una audiencia arbitral que un teatro? Mis alumnos y yo estuvimos a punto de no poder concluir el semestre por la interrupción de representantes del Consejo General de Huelga que llegaron al CADAC con amenazas; a pesar de todo, el semestre concluyó con calificaciones entregadas. Todo por el amor a mi Facultad y la intención de retribuir la generosidad de esos cinco años maravillosos. Tras entregar calificaciones, mi padre falleció por una enfermedad en el corazón; él era todo corazón. Dos meses después entró el Ejército a Ciudad Universitaria; siempre sentí consuelo de saber qué él ya no estaba ahí para ver esa triste escena.

Hoy soy socia de Galicia Abogados y dedico mi práctica al arbitraje comercial. Agradezco profundamente a Fundación UNAM, incansable organización comprometida con la inclusión social y enfocada en fortalecer a la comunidad universitaria y reunir a sus integrantes, la invitación a escribir este texto. Gracias por permitirme recordar el acierto que representó haber elegido Derecho como carrera y la Facultad de Derecho para estudiarla. Larga vida a mi Alma Mater.

Socia de la firma mexicana Galicia Abogados, S. C.

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