27 de marzo, 2020. 717 casos confirmados de Covid-19, 2,475 sospechosos, 12 defunciones. “Todavía estamos a tiempo de actuar, quédense en casa, guarden distancia, cuidemos a los mayores, hay que tener buenos hábitos de higiene”, pidieron los técnicos de salud en la conferencia vespertina.
28 de marzo, 2020. 848 casos confirmados. 2,623 sospechosos, 16 defunciones. “Si la gente no se queda en su casa, las consecuencias son muy graves.”
29 de marzo, 2020. 993 casos confirmados, 2,564 sospechosos, 20 defunciones. “Quédense en casa”, repitieron una y otra vez.
Pero a pesar de las explicaciones y de las advertencias, los mercados y las calles de varias ciudades siguen concurridos. Quizás no en los niveles normales, pero muchas personas siguen circulando de forma habitual. ¿A qué se debe la falta de cumplimiento con el aislamiento?
Es posible que los mensajes del Presidente, haciendo caso omiso a las medidas, influyan en la percepción de las personas sobre la gravedad del problema y la importancia del aislamiento. Todavía hace unos días, López Obrador seguía compartiendo en redes sociales imágenes de sus mítines políticos, saludando de mano a asistentes o visitando negocios locales. Fue hasta el viernes pasado, a las 22:40, cuando finalmente subió un video pidiendo que las personas se queden en casa. Ignoro cuántas personas ven las redes del Presidente, pero es difícil pensar que la mayoría de los mexicanos tomará en serio el llamado al aislamiento sin un mensaje claro, transmitido en todos los medios.
Quizás tan relevante como el mensaje del Presidente es el contexto en el cual se pide quedarnos en casa. De acuerdo con el Diagnóstico del derecho a la vivienda digna y decorosa del Coneval (2018), la vivienda digna no es un derecho garantizado para muchos mexicanos. El organismo estima 14 millones de viviendas con rezago: “En el 45% de las viviendas mexicanas, sus ocupantes requieren una vivienda completa, o bien, mejoras sustanciales a la que habitan”. En términos de disponibilidad de servicios básicos, por ejemplo: 7.6% de la población no contaba con agua entubada en sus viviendas y, de las viviendas que sí tienen agua, solo 73% tenían servicio de agua diario, mientras que 13.9% contaban con agua de cuatro a seis días a la semana y 13.1% dos o menos veces a la semana. 6.8% de las viviendas no contaban con drenaje sanitario, 11.7% de la población utiliza leña o carbón para cocinar y 7.3% de los hogares no tienen sanitario en la vivienda. Estos porcentajes, además, son promedios nacionales. Estados como Guerrero, Chiapas, Oaxaca o Veracruz suelen tener peores indicadores. Para dar una idea, a nivel nacional 9.4% de los hogares presentan hacinamiento —cuando la razón entre los residentes de la vivienda y el número de cuartos es igual o mayor a 2.5—, pero en Guerrero y Chiapas, 27% y 20% de los hogares respectivamente reportaron esta situación.
Quedarse en casa no es lo mismo para todos y todas. Hacerlo en una vivienda hacinada y sin agua potable, no es lo mismo que en una casa con todos los servicios, incluido el internet. Como dice un hombre muy enojado en un video que circuló en redes: “¿Quédate en tu casa? Quédate en la mía, la tuya parece Disneylandia”.
A las difíciles condiciones de vivienda, hay que agregar, además, la violencia que se vive en muchos hogares del país, especialmente en contra de mujeres, niños y adultos mayores. Para estas personas, estar en casa encerradas y aislados, significa miedo y riesgos. Dimensionemos lo que implica pedirle a miles de mujeres que se queden en casa, encerrada con su agresor.
Sí, hay personas irresponsables pero también hay quienes no pueden quedarse en casa, por razones económicas o de seguridad. Habría que ver desde qué circunstancias se reclamarán medidas más duras en la contingencia (toques de queda, uso de militares o policías, multas e incluso penas de cárcel a quien incumpla), y reflexionar sobre la justicia —la cordura misma— de adoptar medidas represivas en contextos tan desiguales como los nuestros.
Profesora investigadora del CIDE.
@ cataperezcorrea