Hace unos días di una plática sobre la militarización en México. Entre los materiales que expuse estaban algunos indicadores que se han usado a nivel internacional para evaluar el uso y abuso de la fuerza letal por agentes de seguridad. Mi intención era mostrar cómo han ido aumentado los valores de estos indicadores para llegar hoy, una vez más, a niveles alarmantes:  un índice de letalidad que aumenta año con año desde 2016. El presidente puede decir muchas veces que ya no hay masacres ni ordenes de ejecuciones extrajudiciales, pero los indicadores, construidos a partir de sus propios datos oficiales, ponen en evidencia una política institucional de gatillo fácil, si no es que de ejecuciones extrajudiciales.  
 
Al final de la charla una persona me preguntó: “Pero si los valores son tan elevados y muestran una clara desigualdad en los muertos de cada lado, ¿por qué no hemos ganado la guerra?” La pregunta es interesante y tendría que ser contestada por el propio gobierno, antes de seguir pidiendo más facultades, reformas legales y recursos para continuar en ella.  
 
Durante 15 años le hemos apostado por la guerra, desplegando al Ejército en contra de nuestra población con la promesa de que la paz llegará. Y la paz no llega. Gobierno tras gobierno le han dado a las Fuerzas Armadas más presupuesto, más plazas, nuevas reformas legales y constitucionales, se les ha relevado de rendir cuentas, eximido de investigaciones y absuelto de crímenes. ¿Por qué no hemos “ganado la guerra”? La respuesta que dan una y otra vez es siempre la misma: necesitamos más facultades, más presupuesto, más fuero, más presencia militar. Quince años de militarización no nos han convencido de lo estéril que resulta este camino. 
 
La guerra no se va a ganar porque no se puede ganar. Es una guerra contra nosotros/nosotras mismas. Mientras quedemos mexicanos o mexicanas de pie que podamos calificar de sospechosos, habrá enemigos a quien eliminar. Nuestra guerra se plantea desde la falsa separación entre buenos y malos. Quien sostiene el rifle decide quién es bueno (y vive) y quien es enemigo (y muere). La decisión de trasladar la Guardia Nacional de la Secretaría de Seguridad Ciudadana a la de la Defensa Nacional pone a la guerra como centro de la estrategia de seguridad, y también a la violencia sobre ese otro que debemos eliminar. No es la Secretaría de Educación ni la de Salud o Bienestar la que más creció en este gobierno. En campaña, el presidente sostenía que, para lograr la paz, había que atender las causas del delito. Pero en los hechos, ha sido la Secretaría de la Defensa Nacional, la Secretaría a cargo de la guerra, la institución privilegiada por López Obrador y Morena. No tendremos una institución de policías civiles como nos prometieron; tendremos soldados, con fuero de guerra, a cargo de la seguridad.  
 
La guerra la ha hecho y continúa haciendo el gobierno, sacando al Ejército de sus cuarteles en contra de sus propios ciudadanos. Lo que había antes era delincuencia, no guerra. Y la delincuencia se enfrenta con prevención, investigación, persecución y sanción, con policías civiles, ministerios públicos y jueces. No con soldados. Mientras insistamos en tener más y más soldados, estaremos apostando por un estado permanente de guerra, sin final y sin sentido. 
 

Profesora-investigadora del CIDE. 
@cataperezcorrea 


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