Sorprendente, por decir lo menos, esta crónica sobre el joven líder sindical Efraín Calderón Lara. El relato (al igual que Edipo Rey y Crónica de una muerte anunciada) “vende” la trama al revelar, a las primeras de cambio, su asesinato. Después, con maestría, el autor, Hernán Lara Zavala, va planteando con idas y vueltas en el tiempo, los antecedentes, los pormenores, los móviles y los responsables. (Esta obra, publicada en 1990, se reedita para celebrar los 40 años de su autor: que ha recibido los premios Colima, Elena Poniatowska, Real Academia Española y otros).
El libro se titula Charras, porque Efraín, de niño, era tan guerrista que tenía cicatrices por todos lados y como su familia había visto la película Juan Charrasqueado, se le quedó el nombre de Charras. (Nunca le he dicho a Hernán, que esa película, producida por mi familia, nos sacó de pobres).
El género del libro es crónica, pero también podría ser testimonio. El autor echa mano de todo, primero, cuenta los hechos con rigurosa precisión, luego recurre a los testimonios de familiares, amigos y compañeros de lucha. Pero también utiliza el collage al reproducir los manifiestos y las noticias policíacas o sobre las manifestaciones multitudinarias exigiendo justicia. La primera línea de investigación, es que sus propios compañeros lo asesinaron. (La primera versión de Tlatelolco fue precisamente que los del Comité de Huelga habían disparado a los manifestantes porque el movimiento iba en descenso). Luego aseguran que se ahogó en la cajuela de un coche durante su secuestro, la autopsia desmiente al decir que el joven asesor murió de un balazo. Además, fue torturado. Se cuenta todo. Del modo frío y de acuerdo al informe forense.
Como abogado, Charras comienza a organizar y representar a varios sindicatos (Transportistas y otros), pero como su hermano es líder universitario, coordinan ciertas acciones y comienza a vislumbrarse la unión estudiantil y obrera, que tanto temen los gobiernos post 68. Estas acciones disgustan a la poderosa CTM, que ve disminuido su control, a los empresarios de Mitza, (de productos agrícolas) por ejemplo, y de CUSESA (de materiales de construcción) y, por supuesto, al gobernador de Yucatán en ese entonces Carlos Loret de Mola. Los que tienden la trampa son policías y ex policías traídos de Campeche, y hay persecuciones en patrullas buscando al líder. La realidad supera al thriller.
Otros personajes reales intervienen en la crónica: el Negro Sansores, que, amigo de la familia, trata de ayudarlos, el abogado Ortiz Cuarón que trata de crear “la verdad histórica” y el mismo presidente Luis Echeverría a quien, según el relato, su silencio lo condena. No faltan los pasajes ficticios: como en la novela histórica, es necesario imaginar conversaciones privadas y Lara Zavala las crea con su probada garra de narrador. El propio autor se cuela a veces sin mostrarse al relatar que su primo de México ponchó un balón de Charras jugando al futbol.
Mi amiga Alma Peralta, que lo leyó en estos días, me comentó que desde las primeras páginas se contagió de la admiración e incluso la ternura que sienten el narrador y sus seguidores por el líder. Me dijo, y en eso coincido, que el final con Loret de Mola, muerto en un accidente automovilístico, era perfecto. Punto final que, por cierto, propuso no la ficción, sino la vida real.
En estas notas, destaco la forma literaria en que Hernán Lara Zavala escribe Charras, pero esto no debe opacar, de ninguna manera, que la crónica es, sobre todo, la denuncia de un crimen político.
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