Desde la Grecia antigua, aparecen referencias a la utilización de sustancias psicoactivas en un contexto sexual. Sin embargo, la asociación entre conductas sexuales de riesgo y el uso de drogas es un área de interés más reciente. El consumo sexualizado de sustancias llama la atención debido a que parece convertirse poco a poco en una cultura recreativa o del ocio. Las personas que beben en exceso o utilizan drogas, y lo hacen en conjunto con el sexo, tienen más probabilidades de participar en actividades de alto riesgo, dada la desinhibición que provocan y su potencial para interferir con el juicio y la toma de decisiones. La relación entre drogas y la conducta sexual es un factor de riesgo para la transmisión de enfermedades infecciosas como VIH o hepatitis C; embarazos no planificados y la violencia de pareja. Los estudios han mostrado que el uso recreacional de drogas y conductas sexuales, responden a múltiples motivos expresados por los jóvenes, como es la posibilidad de tener sexo con varias parejas sexuales, mayor excitación, aumento de las sensaciones, sexualidad grupal, participación en juegos sexuales, mayor duración de las relaciones íntimas (aunque a veces no sienten), sexo con desconocidos y atreverse a realizar lo que en estado de sobriedad no harían. Se ha observado un uso irregular de métodos anticonceptivos en estas circunstancias y el inicio más temprano de la vida sexual activa. De hecho, las y los jóvenes menores de 15 años que han utilizado drogas, tienen cuatro veces mayor probabilidad de haber tenido relaciones sexuales si se les compara con aquellos que nunca han utilizado estas sustancias.
Entre las drogas que de manera más frecuente se mezclan con sexo están el éxtasis, metanfetaminas, mefedrona, popper, GHB, ketamina y cocaína, todas potenciadoras de la desinhibición y que disminuyen la percepción del riesgo. La evidencia señala que ciertas drogas pueden asociarse con diferentes efectos sexuales, expectativas del usuario y niveles de riesgo. En general, es ampliamente aceptado que los opioides y la mariguana reducen el ímpetu sexual y la posibilidad de alcanzar el orgasmo. Mientras que los estimulantes tienen el efecto opuesto, conduciendo a la hipersexualidad, aumento de la libido y la satisfacción sexual, además de mejorar el desempeño. De manera particular, las personas que usan metanfetaminas, mefedrona o éxtasis, reportan “la habilidad” de mantener la excitación sexual por más tiempo, lo que resulta en sesiones de sexo más prolongadas y múltiples compañeras o compañeros íntimos.
Asimismo, se ha observado que los usuarios de estimulantes suelen tener una mayor frecuencia de encuentros sexuales planeados a través de internet, mediante aplicaciones de citas. Incluso, se ha detectado un lenguaje de comunicación específico en estas redes sociales que develan el interés de participar en sesiones de sexo que involucran drogas, así como para comprar y vender sustancias. Este argot incluyen el uso de códigos, símbolos y emojis para tal efecto.
La utilización de drogas implica un riesgo en cualquier circunstancia, entre las consecuencias a corto o largo plazo se encuentra la dependencia, lamentables actos de todo tipo de violencia y muerte por sobredosis, entre los desenlaces más desfavorables. Sin embargo, en la salud sexual tiene implicaciones particulares. El uso de sustancias puede desencadenar en trastornos como disfunción eréctil, disminución de la libido, dolor durante el acto sexual y eyaculación precoz. Además, resulta preocupante, que en muchas ocasiones, los usuarios de estas sustancias informan que la manera en que relacionan las drogas al sexo puede ser tan fuerte que les resulta casi imposible desvincularlas, pues no alcanzan la satisfacción plena o ya no sienten lo mismo sin “ayuda” de los narcóticos.
Se han propuesto diversas explicaciones sobre la relación entre el uso de drogas y la conducta sexual. Entre ellas están los efectos psicofarmacológicos de los agentes psicoactivos; aspectos neurocognitivos como la falta de autocontrol o la búsqueda de nuevas sensaciones; así como el papel de la dopamina, un neurotransmisor comúnmente conocido como la hormona de la felicidad y que tiene un rol importante en la intensificación de las sensaciones durante los actos sexuales. Sin embargo, como en cualquier consumo, se desarrolla tolerancia, por lo que la persona desea más cantidad de droga y variedad de sexo; con el aumento de riesgo de dependencia. El conocimiento sigue siendo limitado en cuanto a la relación que existe entre el uso de drogas, los patrones del comportamiento sexual y la conducta adictiva. Es poca la investigación al respecto. En las sesiones clínicas de tratamiento se ha prestado poca atención al estudio de cómo las personas experimentan su vida sexual a través de las drogas. De hecho, los abordajes más recientes han centrado su atención en el denominado chemsex o sexo químico, un fenómeno que hace referencia al consumo voluntario de ciertas drogas, en el marco de fiestas de sexo o encuentros sexuales, que tienen la intención de facilitar o mejorar las experiencias. Las investigaciones han hecho énfasis en estudiar poblaciones de hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres, pero que como lo demuestra la evidencia, se trata de una práctica que se está expandiendo entre hombres y mujeres que mantienen relaciones heterosexuales.
A las consecuencias médicas ya mencionadas que pueden resultar de mezclar el consumo excesivo de alcohol, y/o el uso de drogas y el sexo, se suman algunas otras más invisibilizadas que se están enraizadas en el entramado de la salud mental y los problemas emocionales, donde se combinan antecedentes de depresión, historial de violencia infantil o falta de cuidados, incluso negligencia y otros tipos de abuso, así como otros problemas relacionados con la aceptación, acoso por la orientación, identidad sexual o expresión de género. En la mayoría de los casos historias de sufrimiento, que muchas veces se reprimen, no se mencionan o no se recuerdan. Sin embargo, la información sigue siendo limitada, por lo que es imprescindible prestar atención de lo que está sucediendo con el consumo sexualizado de sustancias; indagar en la manera en que construimos la sexualidad y el erotismo, y en las diferencias de género, en las que es claro que hay un cuestionamiento al amor romántico y la formación de pareja, con expectativas diferentes entre hombres y mujeres. Entender la compleja relación de sensaciones eróticas bajo el efecto de drogas, y cómo es la vinculación emocional hacia el grupo, la pareja y los encuentros esporádicos en el contexto de estas conductas o en comportamientos que pueden ser autodestructivos, con las consecuencias adversas que conlleva y ponen en riesgo nuestra salud mental y física, es todo un tema que hay que poner sobre la mesa para investigar y discutir. Recuerda que el mayor riesgo es no sentir.
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