En México, septiembre es el mes de las fiestas patrias, un momento de celebrar nuestra historia e impulsar la identidad nacional. Como mexicanas y mexicanos nos enorgullecen nuestras raíces y tradiciones; nos caracteriza nuestra calidez humana, espíritu trabajador y sentido de solidaridad. Hay otros rasgos profundamente arraigados en la sociedad mexicana de los que no estamos tan orgullosos, y menos orgullosas. Han dado forma a nuestra identidad como país y a la estructura de nuestras familias, y más que ser motivo de celebración, presenta varios cuestionamientos, me refiero a la masculinidad entendida como poder sin equidad, valentía sin miedos, agresividad sin sentimiento, violencia sin culpa y virilidad simplemente porque hay que cumplir. Me refiero al mero macho mexicano, que no se deja y está por encima de los otros, pero sobretodo de su mujer, de la mujer.

El machismo es una estructura cultural sobre la que está construida nuestra sociedad y que tiene una falla de origen: la narrativa que enaltece a los hombres como superiores a las mujeres. El estereotipo cultural y los valores que exigen al hombre la heterosexualidad monogámica y el ser sostén de la familia, ha pesado tanto a los hombres como a las mujeres en nuestra sociedad. Ha dado lugar a un brecha en las relaciones entre hombres y mujeres que se expresa en todas las formas de violencia de género, en el noviazgo, en la pareja y en la familia; ha restado oportunidades de trabajo a las mujeres, desigualdad en los salarios y discriminación. La lucha política de las mujeres en defensa de sus derechos, que data desde mediados del siglo pasado, recién ha empezado a dar frutos. En tanto que las distintas formas de violencia se han visibilizado a través del trabajo legislativo y psicoeducativo, lo que pone al descubierto la violencia por razón de género, la cual ha vulnerado la integridad física y mental de las mujeres y los menores de edad durante siglos en la historia de la humanidad. Esta ideología ha limitado también a los hombres en su sensibilidad y goce, les ha restado participación en las tareas del hogar y en la crianza de las hijas e hijos, pero también se les ha exigido ser muy hombres, con metas difíciles de cumplir que vulneran su autoestima y su salud mental.

La masculinidad también se ha asociado con el consumo de alcohol y más recientemente con el uso de drogas. La idea de ser macho significa aguantar mucho y ser valiente, también es aguantar mucho de alcohol y drogas, también es atreverse a probar de todo. De todo de sexo, de todo de drogas, de todo de todo y si no, pues no ha vivido. Ser un “hombre vivido” significa que aguanta, que sabe, que tiene poder, que es superior porque ya probó de todo. Que difícil consigna, que difícil es cumplirle a todos, que difícil es la exigencia de ser superior. Y si bien desde hace un tiempo se han hecho grandes esfuerzos para sensibilizar a mujeres y hombres sobre las consecuencias del machismo, y se ha avanzando en materia de derechos humanos, resulta evidente que falta mucho por hacer. Prevenir y atender las diferentes formas de violencia que son perpetradas de manera sistemática en contra de las mujeres, es todavía agenda pendiente. Entender que existen nuevas formas y muy diversas maneras de ser masculino, de ser hombre, no solo ayudará a las mujeres, sino también ayudará a la tranquilidad y salud mental de los hombres. ¿Qué entendemos por la masculinidad? ¿Podremos construir otras maneras de aceptar la diversidad de hombres y mujeres?

El modelo de lo masculino que impone poder, violencia e hipersexualidad empieza a decaer; las características que el hombre debe mostrar y reafirmar constantemente para probar que es un “verdadero hombre” empiezan a cambiar en algunas partes de nuestra sociedad. La identidad masculina está en crisis tratando de encontrar otras formas de expresión; ya no tiene que ser poderoso, rudo, competitivo, dominante, exitoso y seguro de si mismo, y entonces ¿qué tendrá que ser? Lo masculino y lo femenino no necesariamente son opuestos. Lo masculino no es lo opuesto a lo que se considera femenino; el hombre puede mostrar sensibilidad, manifestar sentimientos de tristeza, empatía, compasión, sufrimiento y miedo. Los hombres no están educados para pedir ayuda, ni para ayudar a los demás. Visibilizar nuevas formas de masculinidad, o mejor dicho nuevas masculinidades, es otorgar el derecho de ser diferente, es una respuesta democrática y progresista, es reconstruir la masculinidad hegemónica para lograr mayor equidad entre los seres humanos, sean hombres o mujeres; es respetar al otro y defender el ejercicio de la no violencia. Elegir relaciones no violentas, respetar el derecho a una orientación sexual distinta y brindar a los varones la oportunidad de ser diferentes, ayudará a fomentar mejores formas de convivencia. Cuestionemos estereotipos y brindemos la posibilidad del bienestar, y la salud mental.

Para combatir la violencia de género, construyamos nuevas masculinidades entre todos. Escuchemos primero, generemos nuevas formas de relación entre hombres y mujeres y también entre los hombres, y sobre todo ayudemos a los hombres a aceptarse a sí mismos, sin necesidad de demostrar los supuestos atributos de la masculinidad. No podemos aspirar a alcanzar una convivencia libre de discriminación por razón de sexo, orientación sexual o identidad de género sin deconstruir el estereotipo de hombre que impone, reproduce o se beneficia de la desigualdad.

El machismo está en crisis, y la masculinidad como la conocemos es motivo de debate, nos dirigimos hacia nuevas identidades masculinas.

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