2020 nos ha dejado muchos cambios, si bien algunos son aprendizajes y oportunidades, nos deja sobre todo dolorosas pérdidas de personas queridas que ya no están y a las que siempre recordaremos, ya sea que hayan sido familiares, amigos cercanos, compañeros de trabajo e incluso gente famosa a la que admirábamos. La vida cotidiana de las personas de todo el mundo se ha visto afectada por la pandemia de COVID-19. La emergencia sanitaria llevó al cierre de escuelas, centros de trabajo, restaurantes y lugares de diversión; nos dejó sin fiestas con amigos; algunos adultos trabajan desde casa; los niños toman clases en su hogar, los jóvenes no pueden socializar con sus pares; varios sectores de la sociedad quedaron repentinamente desempleados y enfrentan presiones económicas; el personal de salud está agotado tras varios meses de arduo trabajo; estamos agobiados por las noticias y la desinformación; y en los casos más lamentables, muchas personas han perdido a sus seres queridos. En estos meses, donde la única constante parece ser la incertidumbre, emociones abrumadoras como la ansiedad, enojo, miedo, frustración, soledad y tristeza se han vuelto cada vez más comunes. Nadie permanece intacto frente al estrés psicológico provocado por el nuevo coronavirus; menos aún si se considera que la población ha experimentado una exposición constante a varios estresores a lo largo de este periodo. Se habla de la pandemia de trastornos mentales como la pandemia paralela. Las estrategias de salud pública como quedarse en casa, el distanciamiento social y la suspensión de actividades, que si bien son medidas cruciales para reducir la propagación del SARS-CoV-2 y limitar sus potenciales consecuencias, pueden hacer que las personas se sientan solas y aisladas, que haya un aumento de la violencia familiar o del rompimiento de parejas, provocando secuelas emocionales. Desde que comenzó la dispersión acelerada del virus, numerosas instancias a nivel internacional pronunciaron su preocupación por las consecuencias para la salud mental que podría tener la pandemia en el mediano y largo plazo, con un posible aumento de los casos de violencia doméstica, trastornos de ansiedad, depresión, abuso de sustancias y mayores tasas de suicidio. De hecho, la pandemia de COVID-19 ha forzado a muchos países a enfrentar el problema de salud mental, un tema pendiente por mucho tiempo, debido a la escasez de los recursos y al estigma social ampliamente generalizado. La pandemia nos ha confrontado con la insuficiencia de servicios de salud mental, un asunto que ya no puede ser ignorado. La actual crisis, tanto sanitaria como económica, en combinación con años de falta de suficiencia de recursos presupuestales en el campo de la salud mental, la creciente demanda de atención por parte de la población y la falta de proveedores certificados de este tipo de servicios, han evidenciado la negligencia insostenible en este campo y que el cuidado de la salud mental es una necesidad que requiere de acciones urgentes. La propia Organización Mundial de la Salud ha señalado que antes del inicio de la pandemia, los países gastaban menos del 2% de sus presupuestos nacionales de salud en el área de salud mental. En tanto que informa que si bien se han logrado avances en la formulación y planificación de políticas, existe una escasez mundial de trabajadores capacitados y falta de inversión en establecimientos comunitarios de salud mental.

Los padecimientos mentales constituyen una pandemia silenciosa que ha afectado a todas las regiones del planeta mucho antes que la COVID-19, siendo la depresión, ansiedad y dependencia a las drogas, algunos de los trastornos responsables de generar mayor sufrimiento y discapacidad entre los afectados. Sin embargo, desde que comenzó la pandemia ha habido un gran aumento en las prevalencias de estas condiciones, así como en la demanda de servicios de salud mental. Los grupos más vulnerables son el personal de salud de la primera línea de batalla frente al COVID-19; niños y adolescentes; mujeres con mayor riesgo de sufrir violencia doméstica; adultos mayores, por el temor a enfermar; así como personas con condiciones mentales preexistentes u otras enfermedades, que en muchos casos han visto mermada la posibilidad de recibir tratamiento.

Para entender el impacto que la COVID-19 ha tenido en la salud mental de la población, se pueden analizar los resultados de los estudios llevados a cabo en diferentes latitudes del planeta. Una revisión sistemática publicada en el Journal of Affective Disorders sugiere un incremento en los síntomas de ansiedad (6.3% a 50.9%), depresión (14.6% a 48.3%), trastorno por estrés postraumático (7% a 53.8%) y estrés (8.1% a 81.9%) en la población general en China, España, Italia, Irán, Estados Unidos y Dinamarca, durante los últimos meses. De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de nuestro país vecino del norte, los síntomas de ansiedad se han triplicado, mientras que la sintomatológica depresiva ha cuadriplicado sus prevalencias. En ambos casos, las estimaciones son mayores a las observadas después de otros acontecimientos a gran escala como los atentados del 9/11 o el huracán Katrina. Por otro lado, una investigación de la Universidad de Oxford, publicada en Lancet Psyquiatry reportó que una de cada 5 personas con COVID-19 es diagnosticada con trastornos mentales como ansiedad o depresión, o padecen insomnio dentro de los primeros tres meses de haber sufrido la enfermedad. Otro estudio canadiense que aborda el tema de la vulnerabilidad entre personal del sector salud detectó que hasta 47% necesita apoyo psicológico, mientras que en China se encontró que 50% sufre depresión y 45% ansiedad. En México, la Encuesta de Seguimiento de los Efectos del COVID-19 en el Bienestar de los Hogares Mexicanos, señala que 65% de la población reporta una preocupación alta respecto a la situación actual. En 29% de los hogares refirieron síntomas de ansiedad, con proporciones más elevadas entre personas de nivel socioeconómico bajo (34%) y en las mujeres (35%). Por su parte, Institutos Nacionales como el de Salud Pública y el de Psiquiatría, han informado del aumento del consumo de alcohol y tabaco en población general, sobre todo durante los meses de mayor confinamiento. En tanto que el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública señala en su informe de diciembre que se han recibido más de un millón de llamadas telefónicas relacionadas con violencia de pareja o familiar. En Centros de Integración Juvenil, además de que el 30% de los pacientes que son atendidos actualmente es por reincidencias en el consumo de drogas, se ha reportado aumento del consumo de alcohol en 12% entre pacientes y jóvenes escolarizados. Aunque también se observa cierta disminución de hasta 18% en pacientes que continúan su tratamiento y jóvenes que reportaron ver menos a sus amigos.

Ante este escenario, resulta evidente que los servicios de salud mental son fundamentales en la respuesta del Estado al COVID-19 y que constituyen un elemento clave para el proceso de recuperación. Esta pandemia es un recordatorio de que la atención de la salud mental es primordial para el bienestar de los individuos y las sociedades. Seguiremos impulsando la evaluación de las necesidades de atención en salud mental en diferentes núcleos de población, sobre todo personal de salud, jóvenes y niños, así como población en estado de vulnerabilidad como los migrantes, familias en situación de violencia y personas en estado de reclusión. Garantizar que el apoyo en salud mental esté siempre disponible y accesible es una prioridad como parte de los servicios esenciales en salud, es un compromiso al que nos sumamos. Aunque este aconteciendo histórico represente por demás una situación desafortunada y lastimosa, también puede ser una oportunidad para impulsar un cambio en la atención a la salud mental capaz de cimentar las bases para construir una infraestructura en salud mental a largo plazo. Ya empezamos con el diagnóstico y atención en línea que continuará aún después de la pandemia.

Recibamos este año 2021 con nuevos retos adaptados a las circunstancias actuales y sobre todo con esperanza. Si tú o alguien que conoces necesita ayuda, comunícate a la línea telefónica de atención psicológica de Centros de Integración Juvenil, al 55 52 12 12 12, por WhatsApp al 55 45 55 12 12 o a través de mensajería instantánea en Facebook(@CIJ.OFICIAL). Visita www.gob.mx/salud/cij y conoce toda la oferta de servicios.

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