La historia de las poblaciones indígenas se escribe aún hoy –y de forma más marcada que en otros grupos poblacionales– a la sombra de la segregación y la discriminación, la pobreza y la violencia. En un mundo donde ser indígena determina en gran medida qué puertas puedes abrir, ser mujer suma, lamentablemente, otras barreras.

Es por eso que el Día Internacional de la Mujer Indígena nos invita a evaluar la situación en México, por las vidas de las más de 11 millones que allí habitan (INEGI, 2020), y por la sociedad en su conjunto, que se enriquece en la diversidad y ha aprendido –y debería aprender aún más– de los saberes de los que ellas son depositarias y transmisoras.

Las cifras hablan por sí solas: 9 de cada 10 mujeres indígenas se encuentran en situación de pobreza y vulnerabilidad (CONEVAL, 2022). Si hacemos el ejercicio de pensar en sus historias, el orden podría ser el siguiente. Bajo cuidado exclusivo de su madre, muchas veces abandonan la escuela a temprana edad. ¿Cómo repercute a gran escala? Las mujeres indígenas registraron 5.8 grados de escolaridad, contra los 9.9 grados del resto de las mexicanas, y 2 de cada 10 de ellas no sabe leer ni escribir (Conapo, 2020).

Luego de la pubertad, la falta de acceso a recursos de gestión y educación reproductiva lleva a tasas altas de maternidad no planificada, muchas veces entre mujeres muy jóvenes. Solo 61,9% declaró utilizar métodos anticonceptivos, 12 puntos porcentuales por debajo de las mujeres no indígenas. Dadas las dificultades para el acceso a servicios de salud, se registran tasas de mortalidad materna alarmantes, sobre todo en Chiapas, Hidalgo y Oaxaca. A cargo de las tareas de cuidado, veamos qué ocurre con ellas en el mercado laboral. Solo el 42,8 % de mujeres indígenas declaró ser económicamente activa, cifra considerablemente menor al 49,5% del resto de las mujeres mexicanas (INEGI, 2022).

Estos números no son abstracciones: detrás de ellos hay millones de mujeres que no pueden desarrollar la vida que merecen y que aún así, no bajan los brazos. Por esa resiliencia es que tampoco nosotros podemos hacerlo.

Si hay algo que aprendí es que la sociedad las necesita de igual manera a ellas. Ninguna iniciativa, por más bienintencionada que sea, que no parta de esa concepción, será meramente paliativa, y lo que necesitamos es que sean transformadoras. Por eso planteamos programas donde atendemos necesidades como el acceso a créditos o a servicios de salud, pero lo hacemos siempre con instancias formativas para que ellas sean protagonistas de nuevos capítulos de sus vidas. No son todas malas noticias. Con las estrategias adecuadas, apelando a la creatividad y a la tecnología (y zanjando brechas con educación digital) –ha sido un éxito la implementación de bots informativos sobre prevención de enfermedades– los resultados no demoran en verse.

Los territorios donde las mujeres indígenas trabajan la tierra con saberes que han pasado a través de muchas generaciones registran una biodiversidad más rica que territorios de áreas protegidas. Sabias en materia de conservación pero ausentes en cuanto a roles de poder en diversas escalas. Es momento de hacer un llamado de atención, pues el mundo se está perdiendo la oportunidad de que ellas guíen el camino hacia modos de producir y consumir más sustentables.

CEO de Pro Mujer

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