En México, el crimen organizado no es solo un problema social, sino una ventana a las contradicciones más profundas de nuestra sociedad. Mucho sabemos de los cárteles y los grandes capos. Pero poco sabemos de quiénes exactamente participan en la delincuencia organizada. Porque, le adelanto, quienes integran estos grupos criminales tienen características que desafían los estereotipos más simplistas y los más complejos. Según lo que vemos entre los sentenciados por delincuencia organizada en la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) de INEGI de 2021, estos delincuentes, lejos de ser un grupo homogéneo, revelan patrones que combinan juventud, educación y vínculos familiares inesperados. Vea usted lo que sabemos de ellos y sorpréndase. Como es costumbre, vamos por puntos.
Más mujeres, más jóvenes y además casados con hijos
El 93% de los sentenciados por delincuencia organizada son hombres, pero proporcionalmente hay más mujeres involucradas que en la población carcelaria por otros delitos (7% vs. 4%). Aún más sorprendente es su edad: con un promedio de 33 años al momento de su detención, son significativamente más jóvenes que el promedio de 38 años del resto de los sentenciados.
Si bien la mayoría está soltera o en unión libre, un notable 23% está casado, un porcentaje superior al 17% del resto de los sentenciados por otros delitos. Esto podría explicar por qué el 63% tiene hijos menores de 18 años, frente al 58% del resto. Este lazo con la vida familiar plantea incómodas preguntas sobre las presiones sociales que enfrentan quienes se unen a estos grupos. ¿Hasta qué punto los beneficios económicos para sus hijos justifican los riesgos de ser detenidos o incluso asesinados? O ¿hasta qué punto la familia se convierte en un apoyo o en una presión para decidir participar organizadamente en la comisión de delitos?
Más educación y más ingresos
Otra paradoja es su nivel educativo. Una cuarta parte de estos delincuentes organizados alcanzó el bachillerato (vs. 18% de otros sentenciados) y un 7% incluso cuenta con estudios de licenciatura (vs. 4% del resto). Esto desarmaría la idea de que el crimen organizado es un refugio de la falta de escolaridad. Más bien, parece ser una alternativa elegida por individuos con grados de escolaridad que podrían haberlos llevado por caminos legítimos.
En cuanto a ingresos monetarios, los números son reveladores: el 27% de los sentenciados por delincuencia organizada dice que ganaba más de 11 mil pesos mensuales antes de su detención, que como cifra es realmente imprecisa, pero sin duda vemos que más de ellos ganan más, al compararlos con el 17% del resto de los sentenciados que decían tener un ingreso en ese mismo rango. Es más: el 58% de los sentenciados por delincuencia organizada aseguraba que tenía suficiente dinero para ahorrar, un porcentaje superior al 51% de otros sentenciados. La ironía claro que es evidente: los ingresos ilegales superan en muchos casos los salarios legales de millones de mexicanos honrados.
Los guardianes convertidos en delincuentes
Uno de los datos más perturbadores es que uno de cada cinco sentenciados por este delito tiene antecedentes como policía, militar o vigilante privado. En detalle, el 10% había trabajado como guardia de seguridad y el 7% había servido en el ejército. Esto debería encender aún más las alarmas sobre las fallas en nuestras instituciones de seguridad, que parecen ser tanto semilleros de corrupción como víctimas de cooptación por parte de las redes criminales.
Delitos que revelan las entrañas del sistema
La mayoría de estos delincuentes organizados fueron sentenciados porque se dedicaban al secuestro (49%), a delitos relacionados con drogas (27%) o al acopio ilegal de armas (16%). Paradójicamente, menos de ellos tienen antecedentes penales que los sentenciados por otros delitos: solo el 16% había estado en prisión antes, frente al 22% del resto de los sentenciados. Sin embargo, dentro de los delincuentes organizados reincidentes, un preocupante 11% ya había sido condenado previamente también por delincuencia organizada, lo que evidencia que la misión de reinserción no logró romper la carrera criminal en ellos.
Programas sociales: ¿solución o mito?
Solo el 0.13% de los sentenciados por delincuencia organizada dice que recibía apoyo de algún programa gubernamental, una cifra inferior al 0.21% de los sentenciados por otros delitos. Este dato plantea una pregunta incómoda: ¿realmente estos programas guardan una relación, positiva o negativa, con la comisión de delitos? O, más directamente, ¿no ser beneficiario de un programa de gobierno te hace más o menos propenso a cometer un delito? Lo que sabemos es que sólo una extrema minoría de ellos parecían estar recibiendo apoyos del gobierno antes de ser detenidos.
Camino casi sin retorno
Quizá lo más desolador es que el 5% de los sentenciados por delincuencia organizada considera probable regresar a prisión una vez liberados, una cifra idéntica a la de los sentenciados por otros delitos. Si uno de 20 piensa que es probable regresar, y uno de cada 10 ya estuvo en la cárcel por este mismo delito, esto deja entrever que tenemos un sistema penitenciario incapaz de reinsertar a los criminales en la sociedad, incluidos los que se organizan para delinquir.
Reflexiones finales
Note usted que el rostro del delincuente organizado en México no es el de un monstruo desconocido y lejano, sino el de un vecino, un familiar, alguien que pudo haber tomado otro camino si sus elecciones, más que sus circunstancias, fueran distintas. Mientras no veamos en sus rostros las marcas de las profundas fallas que permiten que estas personas se deslicen hacia el ciclo del crimen organizado, estaremos condenados a perpetuar otro ciclo, el de la violencia.
Como ve, en ellos no encontramos ni héroes ni villanos de origen, solo un paisaje moral lleno de grises, donde la ambición y la anomia social se entrelazan en un problema que no hemos tenido el valor de resolver. Ver al delincuente organizado como un "otro" distante, como el villano de una telenovela simplista, es una forma de autoengaño colectivo. La realidad es mucho más cruda: no se trata de monstruos al acecho, sino de ciudadanos que han decidido que la ilegalidad organizada es su mejor o única opción. En el perfil del delincuente organizado, si miramos con atención, podemos encontrar el reflejo de las malas decisiones de nuestra nación.
Así que, como país, tenemos dos opciones: seguir apuntalando esta crisis delictiva con discursos moralistas y cheques sin evidencias de efectos, al menos en este respecto, o tener la audacia de enfrentarnos al elefante en la habitación. Y ese elefante, por cierto, no son los delincuentes. Es nuestra incapacidad para ofrecer un mejor destino a quienes, con las decisiones correctas, podrían haber sido constructores y no destructores del tejido social. Pero esa, claro, sería una conversación que implicaría cuestionar mucho más que las decisiones de los criminales. Implicaría cuestionarnos a nosotros mismos y a quienes elegimos en las urnas.
Académico. Centro Geo