México es un lugar complicado. Es un país caracterizado por una democracia traslúcida, una economía desigual, una sociedad polarizada, y una seguridad pública débil y en ocasiones ausente –hasta cuando hace escena.

No es difícil entender el rol cada vez más importante de las fuerzas armadas (FFAA) en el sector de la seguridad pública. Por un lado, los procesos de reforma policial están siendo, o bien insuficientes (ej. CDMX), o bien no se les permite concluir (ej. policía federal). Por el otro, las encuestas (no consultas) muestran de manera sistemática una mayor confianza en las FFAA que en cualquier otra institución pública. Las encuestas también muestran un fuerte apoyo de la opinión pública por medidas de “mano dura” para efectos de controlar el problema criminal que tenemos encima. Hay dos premisas en la popularidad de la mano dura: que sólo las FFAA y el populismo penal (burda estrategia electoral) pueden controlar el creciente peligro del crimen organizado y desorganizado.

Las cosas se complican más cuando vemos el auge del vigilantismo (ej. autodefensas comunitarias) y el linchamiento (justicia de mano propia) en esas partes del país donde el Estado es, más que ausente, inexistente. Otras consecuencias del fallo institucional en materia de seguridad pública, son el auge de la seguridad privada (para quien puede pagarla), calles cerradas, corredores alambrados, comunidades cerradas, y las correspondientes exclusión y segregación.

Estos son, en síntesis, los trazos de la nueva seguridad pública en México: militarismo, populismo penal, vigilantismo, linchamientos, vigilancia privada y fortificación urbana. Cabe mencionar que ésta no es una tendencia solamente de México, sino que se presenta en buena parte de Latinoamérica.

Los efectos de esta nueva seguridad pública ya los conocemos en México: abusos, injusticias, infortunios, y muchas desgracias personales. Es de ingenuos pensar que los efectos de todo esto serán positivos. Lo peor es que para allá vamos. Con los ojos cerrados y los dedos cruzados ilusamente esperando lo que no va a suceder.

Los funcionarios electos, pese a las limitaciones de poder que enfrentan, deben pensar bien lo que están haciendo y lo que están provocando hacer. Una democracia que hace uso de estas soluciones de seguridad pública, por el motivo que sea, no es una democracia terminada ni mucho menos ideal. Esto se puede revertir.

Investigador y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-3). Centro de
Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo). Twitter: @cjvilalta

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