La semana pasada fue asesinada Teresa Magueyal en el municipio de Celaya en el estado de Guanajuato. Ella era una buscadora, una madre que pertenecía al colectivo “Una Promesa por Cumplir” y que dedicaba su vida, precisamente, a la búsqueda de su hijo José Luis (papá de cuatro niñas) desaparecido hace tres años. Este cobarde asesinato ocurrió a plena luz del día en un espacio público mientras Teresa conducía una bicicleta frente a un jardín de niños.
Acorde al Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNL) sumando los sexenios de Calderón, Peña Nieto y López Obrador, tan solo en el estado de Guanajuato, 2,705 personas se esfumaron sin dejar rastro alguno, y, adicionalmente, otras 405 que fueron reportadas como desaparecidas, han sido localizadas sin vida. De la primera cifra, el 55% corresponde a la presente administración.
Duele el corazón escribir acerca de miles de seres humanos que terminaron su vida en un agujero cavado en algún páramo desolado con el objetivo de desaparecer todo rastro de su existencia. Recordemos que para las autoridades si no hay cadáver, no hay homicidio. Esto es algo que el crimen organizado entiende a la perfección.
Duele aún más el escribir acerca de esas valientes organizaciones ciudadanas conformadas por extraordinarias mujeres que, frente al terrible escenario de la desaparición de su hijo(a), esposo o hermano, han convertido su vida en una cruzada para dar con el paradero del ser amado siendo este un objetivo prioritario en su diario acontecer. Si su familiar no está con vida, puede llegar a ser lo de menos, lo que quieren es poder cerrar ese oscuro capítulo y dejar de padecer un duelo fantasma sin un cuerpo que velar o una tumba a la cual poder ir a rezar.
Pero lo que lo verdaderamente destroza el corazón es escribir acerca de las madres buscadoras que han sido asesinadas por chacales malnacidos y cobardes con el objetivo de acallar sus voces. Madres y esposas, que, ante la ausencia del Estado, llevan a cabo una actividad emocionalmente desgarradora e incomprensible para la mayoría de nosotros, buscar restos humanos enterrados clandestinamente en espacios abiertos, sin remuneración económica alguna, ejercida en condiciones meteorológicas extremas, sin equipo especializado y sin protección alguna de los gobiernos municipales, estatales o federal. Como es de suponer, esta labor ocurre en territorios dominados por el narco ante la indiferencia o complicidad de las distintas autoridades.
Los defensores de Derechos Humanos han denunciado, durante años, la vulnerabilidad de las madres buscadoras, pues ya representan un blanco para las mismas bandas que están detrás de la desaparición de sus hijos(as).
Es tan grave el problema, que, desde el año 2015 existe “El Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México”, conformado por un conjunto de más de 60 colectivos de familiares de personas desaparecidas y cerca de 40 organizaciones acompañantes que les permite congregarse y dar fuerza conjunta para encarar la problemática de la desaparición en nuestro país.
Buscar a tu hijo(a) desaparecido(a) excavando en terrenos agrestes y despoblados es la realidad de miles de madres y esposas mexicanas. Los colectivos familiares de búsqueda son el único faro de luz ante la desaparición forzada que desde hace lustros ha atormentado al país.
Son el único refugio para los que padecen esta desgracia y esta unión les permite seguir adelante, las llena de fuerza para mantener su lucha en pie sin importar las múltiples dificultades y peligros latentes que enfrentan. Ellas empeñan su cuerpo y alma en esta labor altruista, a nosotros nos toca replicar y amplificar su mensaje.
Hoy, estas extraordinarias mujeres son el ejemplo supremo de resiliencia. Las madres buscadoras apuestan por la vida y trabajan incasablemente día tras día para sanar su dolor, llevando a cabo la labor que nadie más hará por ellas.
Simple y sencillamente, no hay adjetivos para la tragedia.
POSTDATA.– Con esta publicación cumplo tres años de escribir mi columna semanalmente. El tiempo vuela y ya van 161 artículos publicados recorriendo un camino de gran aprendizaje con un enorme gozo en el cual nunca se me ha dicho que quite o que agregue una sola palabra a mis escritos. Mi profunda gratitud para EL UNIVERSAL por mantener abiertas las puertas a la libertad de expresión.
Consultor en seguridad y manejo de crisis
@CarlosSeoaneN