Aún en el escenario de disminución de actividades en las calles de la Ciudad de México debido al semáforo epidemiológico en rojo, grandes multitudes aún se ven en la necesidad de transportarse, y la interrupción de los servicios del metro en 6 líneas ha hecho que se tenga que recurrir a otros modos de transporte.
El problema se agrava cuando esas alternativas de movilidad reflejan la poca atención que también han recibido desde hace décadas y que no cuentan ni con la infraestructura, ni la eficiencia necesarias para satisfacer las necesidades y gran demanda de traslados diarios. Esto demuestra que esta gran metrópolis no tiene forma de hacer frente a situaciones emergentes, a pesar de que la crisis del metro había sido ya alertada desde tiempo atrás. También vimos esta insuficiencia durante el desabasto de gasolina en enero de 2019. La falta de una mayor oferta de alternativas de movilidad colectiva de buena calidad hace que la ciudad tenga un alto nivel de fragilidad.
Y esta falta de prioridad a la infraestructura de transporte público, en el contexto de emergencia ambiental y sanitaria que enfrentamos, hace que ahora veamos a las autoridades preguntándose “¿y ahora qué hacemos?”, y así el arte de la improvisación en todo su esplendor nos muestra imágenes de infuncionales turibuses cubriendo la ausencia de un transporte público bien articulado.
Quizás las corporaciones del transporte se estén frotando las manos con miras a ampliar su campo de operaciones al transporte urbano para cubrir estas necesidades; vemos que el gobierno nos ofrece también atractivos descuentos para usar la ecobici, pero van muy despacito para cumplir con los 600 kilómetros de ciclovías que prometieron, una condición indispensable para que la gente se sienta segura para usar la bicicleta como modo de transporte.
Con esta situación, ahora se voltea a ver al metrobús, al trolebús y por supuesto al tan detestado pero también necesario microbús, que es el modo de transporte con mayor presencia a lo largo y ancho de la ciudad. Lamentablemente aún no se vislumbra acción para llegar al fondo del creciente problema de la movilidad. En el caso de los microbuses, salta desde hace años la necesidad de acelerar el salto tecnológico y operacional que debe tener esa red de transporte, es decir, que veamos más autobuses modernos y funcionales que nos ofrezcan un servicio profesionalizado y bien ordenado.
Eso es indispensable para que el rostro urbano de la ciudad se transforme en beneficio de las personas, contribuyendo a atender la creciente demanda de movilidad, y para generar las condiciones que nos permitan mitigar problemas transversales y de vital importancia como son la mala calidad del aire y el cambio climático. El elemento que aún no se logra concretar es una cooperación estrecha entre el gobierno y el sector transportista para aumentar el esfuerzo que se requiere para cambiar la situación vigente. Lejos de ello, aún vemos una acción tímida e insuficiente. Del lado del gobierno hay muy buen nivel técnico pero también la notoria falta de un liderazgo más fuerte que brinde orden y coordinación a este sector, más allá de regalar gasolina.
Continuamente se ha señalado la tremenda e injusta desproporción que existe en la forma de gastar los recursos públicos destinados a la movilidad, siendo que en promedio el 80 por ciento del presupuesto se va en infraestructura para autos y que beneficia tan sólo al 20 por ciento de la población. Eso ya lo saben muy bien las autoridades, pero hasta el momento no existe plan alguno que marque una ruta crítica a seguir en los próximos años para que la mayor parte de los recursos públicos se inviertan en donde la mayor parte de la población se traslada.
Lo que sabemos muy bien es que nuestros propios límites ambientales, de salud y de espacio público hacen completamente inviable un futuro en el que el auto siga siendo la prioridad. Le preguntamos al gobierno de Claudia Sheinbaum, ¿qué van a hacer para que este 2021 de verdad muestre cambios? Seguimos esperando conocer sus respectivos planes.