Quedamos queridas amigas, apreciados amigos en la entrega anterior que les contaría acerca de los monumentos y memoriales de la maravillosa capital de la unión americana, Washington DC. Sin embargo, he decidido tomar la ruta de las famosas colinas que la circundan totalmente y de las que leí en mi primera juventud, hace más de cuatro décadas, previo a conocerla cuando fui invitado en el año 1999 por el Departamento de Estado Norteamericano, como Becario. No recuerdo con precisión el título del libro por más que traté de indagar, e incluso navegando en internet, me fue imposible localizarlo. Pero para efectos de esta entrega lo nombraremos como: “Las siete colinas”.

A mis queridos compadres Maru, Santi y particularmente a toda la hermosa familia Croci Valdez, por tantas y tan finas atenciones como bien cantaría él incomparable guanajuatense, José Alfredo Jiménez.

En esa publicación se describe a un Distrito de Columbia imaginario, pero muy actual entre las décadas de 1960 y 1990; lo más vivo, lo más atractivo además de los personajes, es la descripción tan nítida que se hace de la capital más politizada del mundo con sus actores principales, no sólo políticos y sus variantes de parejas, además de una especie de sociedad alta, como decían antes, de prácticamente todo el mundo, con honorables vidas snobs. Aquella obra recuerdo que hablaba de las truculentas vidas nocturnas; además de detallar los túneles y trenes subterráneos que unen al capitolio donde trabajan los senadores y congresistas (como se les llama a los diputados estadounidenses). Y se aborda por supuesto la magistral Casa Blanca que habita el presidente de Estados Unidos.

Las características de cada una de las colinas, donde prácticamente se encuentra asentado un memorial en cada una, los citados en mi columna anterior donde les compartía mi predilección por la del presidente Lincoln, además del Obelisco y el memorial consagrado al inmortal Martin Luther King, a los que ahora agrego el del presidente Washington, el presidente Jefferson, sin que puedan faltar el memorial de los veteranos de guerra.

Ahora bien, en este último periplo en septiembre de este mágico año, los sentimientos estuvieron desbordados porque tuve el privilegio de reconocer y conocer todo de nuevo de la mano de mi amada Gemy. Juntos disfrutamos del río Potomac, además de dos partidos de la selección femenina de fútbol de Estados Unidos. Sin dejar de contar un partido del equipo de beisbol local, The Nationals. Visitamos también justos la hermosa zona de Georgetown, donde disfrutamos una cena inolvidable en el clásico Café Milano que, para variar lució abarrotado y que, por cierto, sigue siendo el favorito de la ex primera dama y secretaria de estado, Doña Hillary Clinton (Los Dones II ). A esto sólo agregaría el breve recorrido por las inmediaciones del Pentágono, quedando pendiente para la próxima visita llevar a mi Gemy a conocer el bellísimo Kennedy Center. Debo confesar que hay miles de historias que podría narrarles de las experiencias vividas en mi ciudad favorita de los Estados Unidos, que guarda junto con París, Madrid, Buenos Aires y ahora Estambul, un lugar privilegiado en mi corazón y en mi memoria hasta la posteridad.

Para finalizar sólo destacaré los lugares a los que siempre anhelo regresar como: la Avenida Pensilvania para recorrerla de punta a punta; la visita obligada al Think Tank del inolvidable Woodrow Wilson Center; las comidas en el famoso restaurante The Old Ebbitt Grill y, por supuesto, al majestuoso hotel frente a la Casa Blanca, el Hay-Adams, donde juntos mi prometida y yo disfrutamos enamorados la incomparable cena deleitados por el mejor pianista de la magnífica capital de Estados Unidos.

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Hasta Siempre, Buen fin.


 

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