Crecer implica conocer el mundo, descubrirlo y disfrutar del mundo mismo. Sé que suena muy romántico, pero cada etapa de la vida que revelamos presenta nuevos retos, aventuras y alegrías que forjan nuestro carácter. Hay escritores excepcionales, entre ellos JM Coetzee que se dan a la tarea de revisar su existencia a partir del ejercicio literario, es entrañable y aleccionador, nos permite adentrarnos en las exigencias, traumas y delirios de la infancia de los otros que también son parte de nuestro universo. Cuando cumplí 13 años me sucedieron dos cosas en particular. Mi adorado padre me quitó el “domingo” y me mandó a trabajar al negocio familiar pagándome el doble de lo percibido cada fin de semana. Aquellos increíbles 20 dólares de sueldo eran prácticamente una fortuna semanal en 1975, previo a la devaluación del 76.
El otro gran e inesperado regalo de la vida y la familia fue algo inusual, cargado de lecciones de vida; de contenidos que me abrían los ojos a otras realidades. Llegaron a mis manos las suscripciones anuales de las revistas Sports Illustrated, Playboy y Expansión. Dichos obsequios fueron de parte de mi tío Luis, para más señas: Don Luis Manuel Bustamante Fernández, con quien por cierto también comencé a trabajar los sábados, sin dejar de estudiar de lunes a viernes de 07:30 am a 13:30 pm, para salir corriendo al trabajo de 14:30 a 18:30 pm. Así se las gastan en mi familia en cuanto a producción. No es queja ni presunción, les aseguro, sólo anécdota.
Sin embargo, aquellos no fueron los primeros ingresos que gané por trabajar en mi vida. A los once años, en la Ciudad de México, trabajé como “cerillo” en las tiendas del ISSSTE. Mi tío Don Rodolfo Richard González (que aparece en los Dones II), era en aquellos años el Administrador General y ahí me mandó a las cajas para que laborara mientras aprendía a ganar un poco de dinero. Esa genial trinidad que generalmente me ha acompañado: la primera, mi padre y mis dos tíos; la segunda, mis tres hijos; y la tercera, mis dos nietos, son los varones por los que más siento amor filial en mi existencia.
Pero vayamos primero con el protagonista mi tío Luis, pariente de sangre, y también pariente político por todos lados, trataré de describirlo. Es primo hermano de mi amada madre, ambos hijos de hermanas, mi abuela Consuelo y mi tía Olga (madre del tío Luis), además tuvo la gracia de casarse con mi tía Soco (a quien seguimos venerando hasta el cielo), hermana de mi padre. Vaya enredo y si con eso no bastara es también mi compadre y padrino. ¿Qué tal con la mezcla queridos lectores?
Así como mi tía Soco, su amada esposa, fue mi “tía Chofi” (la del poeta chiapaneco Jaime Sabines); mi tío Luis, es mi “tío Alberto” (que enaltece el cantautor catalán Joan Manuel Serrat): / Tío Alberto, Tío Alberto / Cató de todos los vinos / Anduvo por mil caminos / Y atracó de puerto en puerto / Entre la ruina y la riqueza / Entre mentiras y promesas / Aún sabe sonreír, Tío Alberto /. Muy galán desde jovencito, la gente lo confundía con el torero de moda, Curro Rivera. Aunque su actitud era más la de un Clint Eastwood en “ El bueno, el malo y el feo ”, del magistral cineasta italiano Sergio Leone, cuando se calzaba el sombrero y entornaba la mirada estoica, penetrante como de acero.
Sin embargo, cuando llegó a los cuarenta años mantuvo, hasta la fecha, la figura y las canas dándole el donaire de Mauricio Garcés, a punto de llegar a los 75 años hoy parece un Pablo Picasso rejuvenecido. Mi tío es un trabajador incansable desde su temprana juventud. Fue el mejor comerciante de productos electrónicos a lo largo de la frontera norte (de Tijuana a Matamoros), convirtiéndose en la época de oro de ese negocio en el número uno de todo el país; hasta terminar en las últimas décadas como el mejor vendedor inmobiliario de Baja California.
Siendo prácticamente el rey de las ventas de propiedades turísticas a lo largo de la hermosa carretera “transpeninsular”, que nace en las Playas de Rosarito y termina en la punta de la bella Ensenada. Él, así como yo, formamos parte de una extensa raíz y rama familiar que llevan como motor los apellidos: Bustamante Fernández, Bustamante Mora, Mora Álvarez, Saldumbide Fernández, Fernández Bobadilla, Álvarez Fernández, Canto Álvarez, y un largo etcétera que incluye apellidos como Quiñonez, Castellanos, Contreras, Velazco, Terreros, Franco, entre otros. Sus padres; el tío Héctor “Toto” Bustamante, un genio empresarial, y la tía Olga Fernández, una verdadera santa, dieron vida a una larga extirpe de siete hermanos encabezada por la tía Kitty extraordinaria mujer y mejor comerciante, quienes diario le mandan bendiciones desde el cielo. Y él cuida como un padre a todos sus hermanos y hermanas.
El matrimonio de mi tío fue ejemplar, una pareja iluminada e incandescente que eran el alma y la alegría de cada celebración. Siempre felices, los mejores para bailar y cantar, para amenizar y contar chistes, y hacer reír en sonoras carcajadas a toda la concurrencia. Ambos fueron sin duda el centro de atención de cada encuentro familiar, de cada celebración por la sangre y el espíritu familiar. Sus hijos, mis primos hermanos (verdaderos hermanos), son: Liliana, la mayor mi querida comadre y ahijada; Luis Manuel mi cómplice y compañero de mil batallas; Héctor el mejor desarrollador de Tijuana; Carlos, mi tocayo y extraordinario orador; y Mauricio, quizá el más simpático de todos cuando de hacer reír se trata.
Don Luis Manuel Bustamante Fernández, es un ángel maravilloso y protector que cobijó y bendijo hasta su último aliento a mi tía Soco, su mujer, y por esto todos lo adoramos, lo respetamos e idolatramos, tiene ganado su lugar en el cielo junto a ella que lo espera para seguir siendo felices hasta la eternidad, por haber sido el mejor esposo del mundo, el padre entregado incondicionalmente, el abuelo de 13 nietos que hoy dan sentido, esperanza e ilusión, a su existencia en infinidad de aspectos. Es el hermano mayor que la vida me presentó no sólo a mí sino a todos aquellos que se acercan a él y reciben su enternecedora gracia y simpatía desbordante. Larga vida maravilloso, gallardo y caballeroso tío Luis, te abrazo consciente de que en el reino del Señor te espera la felicidad perpetua bien ganada en esta tierra.
Cierro y celebro, con el más grande novelista Fyodor Dostoyevsky, a 200 años de su nacimiento con esta frase: “Sobre todo, no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él, ni a su alrededor, y así pierde todo el respeto por sí mismo y por los demás. Y al no tener respeto deja de amar”, de Los hermanos Karamázov. Concluyo con esta sentida alabanza …… Tío Luis tu jamás dejarás de amar.