“Lucha por las cosas que te importan, pero hazlo de una manera que lleve a otros a unirse a ti”, mantra que repito gracias a ella… Vaya trinidad en la que terminé con doña Ruth Joan Bader Ginsburg. Cuando falleció, a los 87 años, el pasado 18 de septiembre de 2020 en la capital de los Estados Unidos, en Washington D. C., estaba consciente de que más temprano que tarde iba a escribir sobre ella, su legado y su vida ejemplar. Fue una mujer excepcional que siempre me inspiró.
Lo que no tenía muy claro era el abordaje: derechos humanos, igualdad, libertades civiles o, finalmente, lo que hoy tanto me mueve y conmueve, el feminismo. Esto fue lo que acabó por hermanarla, según mi criterio, con la inmortal inglesa, doña Virginia Woolf; nuestra añorada mexicana, doña Rosario Castellanos; además de mis matriarcas a quienes les debo la vida y la explicación primigenia del tema que tanto me apasiona e ilusiona aprender y entender.
A la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles la conozco muy bien, el capítulo de su representación en California es una institución ejemplar. He tenido el privilegio enorme de trabajar con ellos, de la mano de ellas y ellos, en su mayoría mujeres, afortunadamente. En nuestra región fronteriza de Baja California, obviamente, el tema que más atendemos es el migratorio; sin embargo, lo que más he aprendido a admirarles es el ahínco y la pasión desbordante con la que realizan su trabajo, y el alcance de sus magníficos resultados.
Cuando empecé la investigación sobre doña Ruth, lo que llamó poderosamente mi atención fue que es la pionera, la primera que puso el tema en la discusión pública en 1972, de los derechos de la mujer en Estados Unidos. A partir de ese año encabezó épicas batallas legales para buscar la igualdad en el anquilosado, añejo y desfasado sistema judicial de la unión americana. En un mundo dominado primordialmente por hombres, educados por otras generaciones, incluso sus propios mentores y maestros de la Universidad Cornell, además de la Universidad Harvard [de donde se graduó como la mejor de su clase y generación], se oponían por sistema a la natural y efectiva igualdad, tomando actitudes de entes superiores, obcecados y anacrónicos, que le ponían toda clase de obstáculos inverosímiles que ella derribó con fortaleza, voluntad y, sobre todo, inteligencia máxima.
Esta brillante mujer tuvo un bello matrimonio con Martin Ginsburg, quien le brindó su apoyo incondicional; compañero de aulas, cómplice y, me atrevo a pensar, su principal promotor. El de ambos fue un amor a prueba de todo y de todos.
La labor de Ruth en el poder judicial inició como Jueza del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia, donde pudo probar todas sus tesis de igualdad, y fueron famosas cada una de sus resoluciones, invariablemente a favor de la justicia sin distinción de clase, sexo o credo. Esta labor la realizó durante más de una década después de la designación que, personalmente, le hizo el presidente Jimmy Carter en 1980.
En 1993, el Senado de su país la eligió y confirmó su nombramiento de forma aplastante con 96 votos a favor, como Jueza de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, apenas la segunda mujer en la historia, con base en la propuesta del presidente, don Bill Clinton.
La espléndida e invaluable carrera que desarrolló desde entonces, en los temas más álgidos, le dio gran notoriedad pública por su valor civil y su claridad de pensamiento. Influyó permanente a varias generaciones anteriores a la suya y, felizmente, a las siguientes. Fue un ser humano excepcional para su país y para toda la humanidad, en temas como los derechos de los homosexuales, el aborto y contra la pena de muerte, con razón y raza por la humanidad.
El sobrenombre de Notorious RBG jamás lo buscó, mas se lo ganó a pulso; aunque supongo que alguna risa le debe haber arrancado a esta dulce, pero valiente mujer, nacida en Brooklyn, Nueva York, el 15 de marzo de 1933.
Todavía dio varias batallas desde su asiento en la corte de forma directa y frontal a las aspiraciones presidenciales de Donald Trump, al que le cantó sus verdades y le habló como nadie se atrevió. Ya menguando su salud, regresó a dar la batalla por la libertad y la legalidad hasta el último aliento.
Por mi parte, y esperando otros me tomen la palabra, la recordaré por siempre como una de las mentes más brillantes de su generación, y a la que despido en las palabras del Presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, John Glover Roberts Jr.: “Nuestra nación ha perdido a una jurista de talla histórica. En la Corte Suprema hemos perdido a una colega muy querida. Hoy lloramos con la confianza de que las generaciones futuras recordarán a la gran Ruth Bader Ginsburg como la conocimos: una incansable y resuelta defensora de la Justicia”.