Queridas amigas, apreciados amigos, estimadas y estimados lectores, antes de adentrarme en la parte más seria y formal acerca de mi criterio personal respecto del tema de los trenes, primero debo concluir con el periplo de mi primera travesía en ferrocarril a inicios de los años 70 del siglo pasado. Con el mayor de los respetos a mi admirado José Alfredo Jiménez invertiré un poco el orden de su corrido “El caballo blanco” … pues el tren no salió de Guadalajara, sino que llegó a la capital jalisciense un domingo procedente de Mazatlán, punto y geografía donde nos quedamos en la entrega pasada.

“El pesimismo se convierte en una profecía autoinfligida; se reproduce paralizando nuestra voluntad de actuar”.
HOWARD ZINN

Nunca había sentido tal felicidad y asombro tan inmenso como cuando a mis escasos diez años de edad, en aquel verano de 1972, me paré al lado de mi adorada abuela Tavo y mis primos, Liliana y Luis, en el puro corazón de la plaza central de la incomparable Perla de Occidente. Realmente Guadalajara, tierra a la que tanto quiero por infinidad de razones, me deslumbró por su grandeza, sus dimensiones y sus espacios barrocos unos, otros más modernistas, en las menos de 24 horas en las que recorrimos lo más posible de la ciudad, de la mano de una incansable viejita, por lo menos así veíamos a nuestra abuela, que no llegaba a los cincuenta años, con una energía increíble e inaudita, similar a la de mi amada GEMY que, a sus menos de seis décadas de existencia, parece no cansarse nunca porque tiene el fulgor de la vida en el corazón y en los labios la alegría de nuestros tiempos.

Recuerdo de aquella ronda el sentido profuso del movimiento continuo y las vibraciones. Como llevábamos varios días de viaje en aquellos vagones, este cuarteto ambulante no abandonaba la sensación del constante vaivén del viaje sobre las vías, qué noches aquellas. Nuestros cuerpos infantiles, al bajarnos de aquella rutina de vida y de sueño, retuvieron todas y cada una de las sensaciones del ferrocarril. Parecíamos todos bailadores flamencos en constante bamboleo que luego se tornó esa palabra en el himno de los años 80 encumbrado por los geniales españoles los Gipsy Kings; famosa tonadilla que tanto ritmo imprimió a nuestra generación, enseñándonos nuevos modelos de bailables de flamenco, pero muy a la mexicana. Luego del recorrido a pie por la gran ciudad, con cierta nostalgia porque nos encantamos profundamente de todo, de los maravillosos mariachis y particularmente, del Hospicio Cabañas, nos pusimos en marcha de nuevo hacia la Ciudad de México, aquel Distrito Federal y hoy rebautizado como CDMX.

Si la capital de Jalisco nos deslumbró realmente, la capital de nuestro país nos pegó formidable y abrumadoramente en la cara, en los ojos y particularmente en el corazón. Al irnos acercando a la estación, al final del increíble viaje para concluir la fascinante jornada, nuestro arribo se nos hizo larguísimo por la gran cantidad interminable de luces que acompañaron nuestra impaciente llegada. A la ciudad latinoamericana más emblemática de la historia, le guste a quien le guste. Al bajarnos de nuestra última morada, donde vivimos los últimos cinco o seis días [imposible recordar cuántos, además de no querer hacerlo] aventuras fantásticas que marcaron nuestras vidas de forma permanente y que, aún después de cinco décadas, las memorias siguen tan vivas y nítidas.

Sólo apuntaré, para finalizar y con gran alegría esta entrega, que gracias a esa primera visita a la Ciudad de México presagié mi destino. Desde ese momento supe que viviría tarde o temprano en esa gran ciudad. Y, a partir de ese instante, mis metas personales siempre apuntaron hacia el centro de nuestra gran patria que tanto amo. Concluyó con esta acotación, las últimas columnas, como señalé en la primera, versarán sobre las emblemáticas obras del Tren Maya y el Transístmico que, desde mi personal punto de vista, estoy plenamente seguro que cambiarán el rostro de nuestro amado México para engrandecerlo aún más, afortunadamente.

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Continuará…

Hasta siempre y buen fin


 

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